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San Francisco de Asís y los valores religiosos: Aportes para una ética ambiental global

2 December 2016 Sin Comentarios

Autor: Dr. Alfredo Salibián

Después de leer textos de San Francisco de Asís referidos directa o indirectamente al ambiente, me he tomado el atrevimiento de preguntarme qué nos diría él sobre el tema si hoy nos encontráramos con él en el camino. Si viviera con nosotros en este agitado inicio del siglo XXI, 800 años después de su tiempo, ¿cuáles serían sus consejos para nosotros, hombres y mujeres de la fe religiosa? ¿Cuáles serían los valores que demandaría de nosotros en tanto creyentes preocupados por el estado de cosas en la Creación de Dios? ¿Cuáles serían los valores espirituales que demandaría para nuestra vida este San Francisco que estamos imaginando en nuestro contexto? ¿Cómo hemos de aplicarlos en nuestro papel de custodios de la integridad de la Creación?

Sentimos que llegó el tiempo de explorar nuevos caminos de desarrollo subordinados a criterios formalizados en una ética ecológica basada, a su vez, en la demanda de Juan Pablo II, a favor de una conversión ecológica de la política y la economía.

San Francisco demandaría un lugar especial para la gratitud

Mucha gente, especialmente en las sociedades industrializadas, no alcanza a descubrir que es posible vivir con menos bienes de los que actualmente disponen, con menor consumo energético, compartiendo solidariamente su mucho con lo poco del prójimo.

¿Podemos cambiar este ese estado de cosas? Ello sólo será posible si somos capaces de incorporar a nuestra vida la ética de la gratitud.

Dijo San Pablo:

Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den gracias a Dios en todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:16-18).

¿Qué ocurriría si las personas y las sociedades diésemos la espalda a las imposiciones del modelo económico y llenásemos nuestra vida cada día con expresiones de gratitud sinceras a Dios por todas las bendiciones que disfrutamos, sin olvidar de la naturaleza?

¿A qué gratitud nos estamos refiriendo? A aquélla que nos hace ver la vida de manera radicalmente diferente. Cuando damos gracias, estamos reconociendo nuestra dependencia de Dios, de otra gente y de las otras formas de vida que nos rodean. Estamos renunciando a tener el control basado en la convicción de que somos los únicos artífices de nuestro bienestar o los últimos usuarios de los bienes de la Creación.

Es más. La gratitud nos conduce a otras dos actitudes: cuidado y felicidad. Cuando somos agradecidos por algo, crece en nosotros la preocupación por cuidarlo; si somos agradecidos por la naturaleza, empezaremos por cuidarla. Y la gratitud nos colma de felicidad.

San Francisco nos exigiría humildad

La humildad es un valor ligado a la gratitud.

Algunas interpretaciones de las Escrituras que se hicieron en el pasado contribuyeron a la percepción de que la humanidad es el pináculo de la Creación.

Se presenta a Dios como creador del resto de la Creación para el único propósito de estar al servicio del ser humano, sin caer en la cuenta de que en realidad ostentamos una doble condición: en ciertos aspectos somos parte de la Creación con muchas cosas comunes con otras especies que nos acompañan en el jardín creado por Dios, y en otros somos diferentes y particulares porque somos imagen del Creador.

La Ecoteología y la Teología de la mayordomía nos advierten que la posición del ser humano es de responsabilidad delegada por Dios para el cuidado responsable de su Creación. Somos parte de la Creación, no sus propietarios. La Creación, afirman las Escrituras, pertenece al Creador: “…la tierra es mía y ustedes sólo están de paso por ella como huéspedes míos” (Levítico 25, 24). Esta manera de pensar reemplaza el orgullo humano por la humildad, la sensación de poder ilimitado es sustituida por la de cuidado responsable. Algo de esto nos viene de la enseñanza que nos proveen las culturas nativas o indígenas que plantean su relación con la Creación como la de una familia. El mismo San Francisco se refería a los astros como hermano o hermana. En suma, nuestra arrogancia debe ser sustituida por la humildad basada en la convicción de que somos parte de una red y no el extremo superior de una pirámide.

San Francisco nos recordaría que la suficiencia debe integrar nuestra escala de valores

¿Qué significa vivir con suficiencia? Significa que toda la gente tiene lo suficiente para disfrutar de una buena calidad de vida, pero no mucho más de sus necesidades.

Uds. dirán esto no es para la Argentina de hoy; sin embargo, si nos detenemos a pensar en términos de globalidad veremos que nuestra situación es parte del cuadro total: somos la parte que no tiene lo suficiente porque otra parte se ha llevado la nuestra.

La idea central del concepto de suficiencia es la noción de calidad de vida. En el pasado se hablaba de calidad de vida y de estándar de vida. Hoy en día el estándar de vida se define basado en unidades económicas como el Producto Bruto Nacional o sea, el promedio de las ganancias divididas por el número de personas. Obviamente este parámetro es artificial y perverso porque es un promedio que no tiene en cuenta la distribución de la riqueza y el bienestar. Además, el aumento de PBN siempre se acompaña de más deterioro ambiental, de más estrés, de menor cantidad de tiempo para la familia y los amigos, de fracturas en la comunidad, etc.

Necesitamos con urgencia la revolución de la suficiencia, de lo suficiente, de la simpleza en las
conductas de la vida. La satisfacción en la vida, no consiste en la acumulación de la riqueza. Recordemos las palabras de Jesucristo: “Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas …. lo que tiene guardado, ¿para quién será?” (S. Lucas 12, 15-21).

La superabundancia de cosas congestiona el día, distrae nuestra atención, disipa energías y debilita nuestra capacidad para discernir los caminos correctos.

Es oportuno aquí recordar que Jesús enseñó claramente que el plan de Dios contempla la provisión, desde la naturaleza, de todo lo que necesitamos (S. Mateo 6, 25-34).

Y San Francisco también nos pediría compromiso con la Justicia.

Dios puso en boca del profeta Isaías la siguiente afirmación:

“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía(Isaías 58, 6).

¿Cómo se vincula esta consigna con el ambiente?

Es que intentar modificar el modelo actual reemplazándolo por otro en el que predomine la suficiencia no será fácil porque se movilizarán las fuerzas que lo defienden, el mismo que beneficia a los ricos y penaliza a los pobres y a la naturaleza. Así, instaurar la justicia será otra de las grandes batallas para vivir sustentablemente en el siglo XXI.

El cómo lograr este objetivo es materia de debate en la comunidad cristiana.

Dios siempre opta por los pobres; la realidad de la pobreza es estímulo suficiente para luchar contra la opresión económica, política y militar que preferencia precisamente a los que no son pobres.
Las instituciones opresoras y explotadoras de los pobres y de la naturaleza mantienen el control a través de varias formas de poder. La lógica convencional nos indica que para superar sus efectos sería necesario y suficiente diseñar un poder mayor. Por el contrario, somos convocados a reconocer nuestra dependencia de Dios, y modelar un nuevo estilo de vida en comunidad con todas las otras formas vivientes que nos acompañan. Esto, que parece sencillo, requiere una enorme dosis de coraje, discernimiento y perseverancia.

Para finalizar, San Francisco nos encargaría proveernos de dosis generosas de fe, esperanza y amor.

“Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor” (1 Corintios 13, 13).

Estos tres últimos valores espirituales son los indispensables para poder vivir en forma sustentable en este siglo que se inicia.

¿Qué cosa puede sostenernos para continuar la batalla por la justicia, enfrentados con los tremendos poderes de opresión sobre los seres humanos y sobre la naturaleza?

Necesitamos tener fe:

  • fe de que Dios desea un mundo en el que los seres humanos vivan en relaciones de paz y justicia entre sí y con la naturaleza,
  • fe de que somos capaces, con la ayuda de Dios, de discernir lo que debemos hacer para instaurar el reino del shalom, de la paz,
  • fe de que Dios nos ama y permanece a nuestro lado en nuestras luchas.

Será la fe que nos brinda seguridad en nuestro compromiso; pero esa fe será estéril sin la compañía de la esperanza. La esperanza agrega un elemento adicional: la alegría, la expectativa, la celebración. Es la que nos da la energía para continuar la senda de nuestras luchas aún cantando.

La esperanza, es la contribución que pueden hacer nuestras comunidades de fe a los movimientos tendientes a los cambios sociales y a la protección ecológica. Será el combustible movilizador para enfrentar el desaliento.

La esperanza es un don espiritual difícil de explicar; es más que un optimismo: toma en serio todas las realidades, pero se resiste a sucumbir ante ellas. Reconoce que no estamos solos: Dios está con nosotros, con nuestro prójimo y con toda la comunidad de la Creación.

Y esa ligazón con Dios y con la Creación se hará realidad mediante el lazo del amor. El amor es un poder mucho más fuerte que la codicia, la avaricia, el odio y el miedo que subyacen como fundamento de las fuerzas destructivas de la naturaleza. El amor es lo que construye una comunidad sustentable para la familia humana y para la Creación, un sitio donde cubrimos nuestras necesidades y hallamos el sentido de nuestras vidas.

Mientras nos preocupamos y batallamos por los problemas ambientales y, al mismo tiempo, procuramos identificar los valores espirituales que necesitamos para la vida sustentable en este siglo, seremos exhortados con este mensaje permanente: el amor jamás dejará de existir, y nuestro hacer se verá bendecido mediante la gratitud, la humildad, la suficiencia y la justicia.

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