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De la globalización de la avaricia a la globalización de la justicia

30 May 2018 2 Comentarios

C. René Padilla

Cada 25 de Mayo se celebra en la Argentina el triunfo de la Revolución de Mayo (1810) que tuvo como consecuencia el fin del colonialismo y la asunción de la Primera Junta de Gobierno presidida por Cornelio Saavedra. Sin embargo, este 25 de Mayo (2018) tuvo un significado especial porque cientos de miles de ciudadanos argentinos de Buenos Aires y de todas las provincias del país se congregaron en la Plaza de Mayo para expresar su rechazo a otro tipo de colonialismo hasta cierto punto más peligroso que el anterior. Se trata del colonialismo representado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que subrepticiamente ha estado ganando terreno en el país con la venia del actual Gobierno Nacional.

Sospecho que la mayoría de quienes participaron en la mencionada manifestación no están enterados de los efectos nocivos que la intervención que esta organización representativa de la globalización capitalista ha tenido en la economía de varios países alrededor del mundo. Sin embargo, un buen número de ellos probablemente estén familiarizados con el colapso económico de 2001 en Argentina, el mejor alumno del FMI y a la vez una de las víctimas latinoamericanas más afectadas durante la última década del siglo XX, a la que Joseph E. Stiglitz ha denominado Los felices 90: La semilla de la destrucción, y ha descrito como “la década más próspera de la historia como causa de la crisis económica actual”.1

El espacio no me permite entrar en mayores detalles acerca del FMI, pero basta una breve descripción de este importante promotor del actual capitalismo corporativo global —el neoliberalismo— de los países ricos para entender el porqué del masivo rechazo mencionado. Hace años inicié mis lecturas sobre el fenómeno de la globalización con la de Globalization: Capitalism and Its Alternatives, un libro escrito por el sociólogo inglés Leslie Sklair.2 Desde ese entonces he continuado leyendo sobre el tema, pero sigo pensando que su análisis de lo que la globalización significa no ha sido superado. Según Skair, la globalización capitalista, que surgió en la segunda mitad del siglo veinte, es “una manera particular de organizar la vida social por encima de las barreras de estados existentes” e incluye tres elementos transnacionales o, como él los llama, “prácticas”: 1) la corporación transnacional, “el ámbito principal de las prácticas económicas transnacionales”; 2) la clase capitalista transnacional, “el ámbito principal de las prácticas políticas transnacionales”, y 3) la cultura-ideología del consumismo, “el ámbito principal de las prácticas culturales e ideológicas transnacionales”.3 La fuerza motriz del sistema económico global es la clase capitalista transnacional a la que pertenecen los burócratas, los políticos y los profesionales que, según Sklair, derivan su base material de las corporaciones transnacionales . . . adoptan su sistema de valores de la cultura-ideología del consumismo y se involucran en “prácticas que cruzan fronteras [nacionales], pero no originan en actores, agencias o instituciones locales”. Toda la evidencia conduce a la conclusión que “el capitalismo global, movido más directamente por corporaciones transnacionales, organizado políticamente por la clase política transnacional y animado por la cultura-ideología del consumismo es la fuerza más potente para el cambio en el mundo actual.”4

En vista del papel predominante del capitalismo a nivel mundial en general y en las naciones-estados en particular cabe preguntar cómo este sistema económico afecta a los pobres en particular. Aunque los defensores del sistema capitalista global insisten en que la integración de las economías locales en ese sistema mundial es la puerta de entrada al progreso económico para todos, los hechos prueban todo lo contrario. En un libro profético intitulado Capitalism and Progress: A Diagnosis of Western Society5 el economista holandés Bob Goudzwaard describe lo que él llama las tres “vulnerabilidades” del sistema de progreso capitalista occidental:

1) La vulnerabilidad ecológica que se hace visible en la contaminación del agua, la tierra y el aire; la extinción de plantas y animales; la disminución de materia prima, energía y tierra cultivable para alimentar a la creciente población.

2) La vulnerabilidad económica, demostrada por la creciente inflación, el desempleo estructural y la desigualdad social con una ética puesta al servicio del crecimiento económico.

3) La vulnerabilidad humana, que se manifiesta en la manera como la gente se siente presionada a aceptar ajustes continuos bajo las demandas que le impone la sociedad de consumo en relación con deportes, vida sexual, uso del tiempo.

De estos tres tipos de vulnerabilidades, la más afectada por la globalización es sin lugar a dudas la vulnerabilidad económica. Y en efecto, esta es la vulnerabilidad que abre el camino para que el FMI se constituya en el agente más eficiente para que las grandes corporaciones de los países desarrollados sigan expandiendo su influencia en beneficio propio a nivel global. Así, con esta expansión colonial, se está escribiendo un nuevo capítulo de la historia mundial cuyo capítulo anterior comenzó a escribirse en 1492: la historia del imperialismo occidental moderno, con el mundo dividido en países colonizadores y países colonizados. La categoría a la que pertenece un país depende estrictamente de su situación económica, y ésta a su vez, desde la perspectiva del FMI, depende de la decisión política de aceptar o no los dictados del llamado “Consenso de Washington”, con cuyos lineamientos el FMI está comprometido, como veremos a continuación.

El FMI se fundó durante la Gran Depresión como una suerte de unión internacional de crédito constituida por países miembros. A esa unión están afiliados casi todos los países del mundo. A ella aporta cada país según su propio desarrollo económico y a ella puede solicitar préstamos cualquier país en casos de crisis económicas. Sin embargo, los préstamos no vienen solos: vienen acompañados por condiciones que en la práctica se transforman en imposiciones que en el análisis final tienen dos tipos de consecuencias relacionadas entre sí. Por un lado, favorecen los intereses políticos de los países prestamistas más poderosos e influyentes, con los Estados Unidos en primera línea. Por otro lado, afectan profundamente la distribución del gasto público de los países prestatarios y proveen así el justificativo para que la clase capitalista transnacional encargada de los gobiernos locales cierre los ojos a las necesidades del pueblo en relación con el trabajo, la salud, la educación y la vivienda e imponga sus propias prioridades de clase definidas mayormente por la cultura-ideología del consumismo. Se abre así la posibilidad de un nuevo colonialismo y de una lucha desigual entre la avaricia de los poderosos y el anhelo de justicia de los vulnerables.

No soy economista ni hijo de economistas, pero baso este juicio en el testimonio de Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía. Como vicepresidente del Banco Mundial y posteriomente asesor económico del Gobierno de Estados Unidos durante el mandato del Presidente Bill Clinton, este brillante economista tuvo oportunidad de conocer de primera mano las negociaciones del FMI con varios países en situaciones de crisis alrededor del mundo. No tengo espacio para incluir aquí todo lo que él aprendió acerca de esa entidad supuestamente creada para ayudar a los países afectados. Sin embargo, invito a mis lectores a considerar las siguientes afirmaciones en que Stiglitz plantea asuntos de suma importancia para evaluar el trabajo del FMI:

* “El FMI ha cambiado profundamente a lo largo del tiempo. Fundado en la creencia de que los mercados funcionan muchas veces mal, ahora proclama la supremacía del mercado con fervor ideológico. Fundado en la creencia de que es necesaria una presión internacional sobre los países para que acometan políticas económicas expansivas —como subir el gasto, bajar los impuestos o reducir los tipos de interés para estimular la economía— hoy el FMI típicamente aporta dinero sólo si los países emprenden políticas como recortar los déficits y aumentar los impuestos o los tipos de interés, lo que contrae a economía”.6

* “Medio siglo después de su fundación, es claro que el FMI no ha cumplido con su misión. No hizo lo que supuestamente debía hacer: aportar dinero a los países que atravesaban coyunturas desfavorables para permitirles acercarse nuevamente al pleno empleo. . . . Según algunos registros, casi un centenar de países han entrado en crisis; y lo que es peor, muchas de las políticas recomendadas por el FMI, en particular las prematuras liberalizaciones de los mercados capitales, contribuyeron a la inestabilidad global. Y una vez que un país sufría una crisis, los fondos y los programas del FMI no sólo no estabilizaban la situación, sino que en muchos casos la empeoraban, especialmente para los pobres”.7

* “Al FMI no le interesa especialmente escuchar las ideas de sus `países clientes` sobre asuntos tales como estrategias de desarrollo o austeridad fiscal. Con demasiada frecuencia el enfoque del Fondo hacia los países en desarrollo es similar al de un mandatario colonial [….] El FMI, por supuesto, aduce que nunca dicta sino que negocia las condiciones de cualquier préstamo con el país prestatario, pero se trata de negociaciones desiguales en las que todo el poder está en manos del FMI, básicamente porque muchos de los países que buscan ayuda necesitan desesperadamente el dinero ”.8

* “En la actualidad, a pesar de las repetidas discusiones sobre la apertura y la transparencia, el FMI aún no reconoce formalmente el básico ‘derecho a saber’ de los ciudadanos: no existe una Ley sobre Libertad de Información a la que pueda apelar un ciudadano norteamericano —o de cualquier otro país— para averiguar qué hace esta entidad internacional pública [….] La condicionalidad en ocasiones ha desplazado el debate interior del país hacia vías que desembocaran en mejores políticas [….] La condicionalidad fue a veces incluso contraproducente, porque las políticas no se ajustaban al país o porque el modo en que fueron impuestas despertó la hostilidad hacia el proceso de reformas. A veces el programa del FMI dejó al país tan pobre como antes, pero más endeudado y con una élite dirigente aún más opulenta”.9

* “De todos los desatinos del FMI, los que han sido objeto de más atención han sido los relativos a las secuencias y los ritmos, y su falta de sensibilidad ante los grandes contextos sociales —el forzar la liberalización antes de instalar redes de seguridad, antes de que hubiera un marco regulador adecuado, antes de que los países pudieran resistir las consecuencias adversas de los cambios súbitos en las impresiones del mercado que son parte esencial del capitalismo moderno; el forzar políticas que destruían empleos antes de sentar las bases para la creación de puestos de trabajo; el forzar la privatización antes de la existencia de marcos adecuados de competencia y regulación—. Muchos de los errores en las secuencias refleja confusiones básicas tanto en los procesos económicos como los políticos, confusiones asociadas con los seguidores del fundamentalismo del mercado. El FMI sostenía, por ejemplo, que una vez establecidos los derechos de propiedad, todo lo demás se seguiría de modo natural —incluyendo las instituciones civiles y las estructuras legales que hacen funcionar a las economías del mercado”.10

El malestar de la globalización tiene el mérito de haber sido escrito sobre la base de la rica experiencia de uno de los economistas que, además de haberse destacado en su campo profesional, se siente motivado por un compromiso ético centrado en la justicia social. Su sueño como economista es el sueño de un mundo sin pobreza, con una globalización rediseñada de tal modo que sus beneficios no sean acaparados por los devotos de Mamón, el dios dinero, sino que se extiendan equitativamente a todos los habitantes del país. Según su propio testimonio, lo que lo incentivó a hacer un doctorado en economía, aunque inicialmente se había inclinado a dedicarse de lleno a la física teórica, fue un profundo deseo que su corazón alimentó desde su juventud: hacer algo para resolver el problema de “la pobreza, el desempleo esporádico y persistente, la interminable discriminación contra los afroamericanos”.11 En su adolescencia había participado en un grupo de alumnos empeñados en la campaña por la integración racial. Pero luego, como participante en la memorable Marcha a Washington por el Trabajo y la Libertado convocada por Martin Luther King, tuvo una experiencia que marcó de manera decisiva el rumbo de su vida profesional y que él describe en los siguientes términos: “Tuve la suerte de formar parte de la multitud que escuchó en Washington al reverendo Martin Luther King pronunciar su emocionante discurso de `Tengo un sueño´ el 28 de agosto de 1963. Ya tenía veinte años y acababa de terminar mis estudios de posgrado sobre economía en el Massachusetts Institute of Technology”.12 Cincuenta años después se pregunta hasta qué punto todo lo que ha hecho en su trabajo académico y como funcionario público a lo largo de ese medio siglo ha sido una respuesta apropiada al llamamiento del predicador. Y concluye: “Su mensaje era que las injusticias del pasado no eran inevitables. Pero sabía también que no bastaba con soñar”.13 Con base en esta convicción, hizo mucho más que soñar: puso su vasto conocimiento de Premio Nobel de Economía al servicio de la justicia y la igualdad.

_______

1 Joseph E. Stiglitz, Los felices 90: La semilla de la destrucción, Taurus, Buenos Aires, 2003.

2 Leslie Sklair, Globalization: Capitalism and Its Alternatives (La globalización: El capitalismo y sus alternativas), tercera edición, Oxford UP, Oxford, 2002.

3 Ibíd., p. 6.

4 Ibíd., p. 47.

5 Bob Goudswaard, Capitalism and Progress: Diagnosis of Western Society (Capitalismo y progrso: Diagnóstico de la Sociedad de la sociedad occidental), Wedge Publishing Foundation, Toronto, 1970.

6 Joseph E. Stiglitz, El malestar de la globalización, Taurus, Buenos Aires, 2002, p. 40. Todas las citas de este autor tomadas de este libro aparecen en sus tres primeros capítulos. A partir del capítulo 4 y hasta el 9, que es el final, Stiglitz analiza varios casos que demuestran las tesis que presenta en esos primeros capítulos.

7 Ibíd., p. 43.

8 Ibíd., p. 73 y 75.

9 Ibíd., p. 87.

10 Ibíd., p. 113.

11 Joseph E. Stiglitz, La Gran Brecha: Qué hacer con las sociedades desiguales, Taurus, Buenos Aires, 2015, p. 162.

12 Ibíd., p. 161.

13 Ibíd., p.165.

 

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