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La verdad brotará de la tierra

8 October 2010 Sin Comentarios

Por Esteban Zugasti

Entré en el templo de la Unida (la mayor denominación cristiana entre los Toba Qom, Pilagá y Mocoví  del Gran Chaco) en la Colonia El Pastoril, una comunidad mocoví del suroeste chaqueño, donde se mantiene completamente vital la cultura e idioma mocovíes. Era un culto de domingo más.  Al finalizar, un hombre de mediana edad que estaba sentado un par de filas más atrás que yo, se levantó espontáneamente, como es común en los cultos indígenas; caminó hasta el frente, se paró a la derecha del hermano que dirigía el culto y esperó silenciosamente hasta que el coordinador interrumpió lo que estaba diciendo para hablar en voz baja y preguntarle al hombre el motivo  por el cual estaba pidiendo oración.  El hombre le habló al oído unos segundos, y luego el coordinador, como es la práctica, explicó a los que estábamos en el culto el motivo del pedido.  Como lo hizo en idioma mocoví, dudé un poco si yo había comprendido bien lo que el hombre había expresado como petición.

Había entendido que sentía un dolor intenso en su corazón, porque se acercaba el día del aborigen (estábamos a dos días del 19 de abril) y eso le recordaba todo el sufrimiento y la sangre que sus ancianos habían vertido cuando muchos años antes habían sido perseguidos por el sólo hecho de ser indios.  Otro hermano se levantó, lo abrazó y oró en voz fuerte, en mocoví, con gran emoción, mientras el hombre no paraba de llorar con un nivel de angustia conmovedor; y la congregación—todos indígenas menos yo—elevaban un fuerte clamor al Padre celestial.  ¿Podía ser que un evento tan lejano pudiera ser el motivo de tanto dolor a flor de piel? Cuando terminó el culto, me acerqué al hombre y conversé unos minutos con él. Yo había entendido bien.  Su dolor y angustia eran por aquellos eventos que para mí parecían alejados en el tiempo y en las emociones.

Otro 12 de octubre. Para casi todos nosotros, un feriado más.  Pero para muchos argentinos, indígenas ellos, otro recordatorio del comienzo de una gran tragedia, de una gran injusticia que se reactualiza en la vida cotidiana de cada comunidad. 1492 marcó solamente el comienzo de un largo proceso.  1880, con las Campañas del Desierto (del sur y también del norte, ésta última más olvidada), marcaron otro hito en ese proceso, en el cual nuestro Estado nacional y no ya los lejanos  conquistadores españoles del siglo XV, se convirtió en actor principal del mismo.

Hoy, 2010, el proceso continúa, aunque tenga nuevas caras, metodologías y actores. Discriminación cotidiana, arrebato de tierras, marginación social, destrucción del medio ambiente donde dichas culturas se originaron, imposición de una cosmovisión e idioma ajenos, sistemas educativos que atentan contra formas culturales autónomas, explotación y trabajos insalubres, y una larga lista de sufrimientos que continúan recordando y trayendo a flor de piel el dolor del recuerdo de aquellos sangrientos comienzos.

El amor y la justicia se darán cita/La paz y la justicia se besarán,
La verdad brotará de la tierra/Y la justicia mirará desde el cielo.

Sal 85:10,11

Al leer este poema profético, recuerdo nuevamente el 12 de octubre. Que en esta fecha podamos escuchar, nuevamente o tal vez por vez primera, la historia silenciada de la conquista, la historia que aún se cuenta en las lágrimas de hermanos como ese mocoví de Colonia El Pastoril. Esa verdad brota desde la tierra que nuestra nación les ha quitado. Que esas lágrimas nos impulsen a buscar la justicia, la restitución que como nación nos toca emprender para reparar, aunque sea parcialmente, el dolor de aquella primera conquista, y el de la opresión cotidiana que aún sufren nuestros hermanos indígenas.

Sólo así la paz y la justicia se darán cita en nuestra tierra.

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