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La misión de Paz y Justicia (Parte III)

12 February 2014 Sin Comentarios

Por C. René Padilla

Una noticia que se repite frecuentemente en los periódicos publicados en los países latinoamericanos, incluyendo el Brasil, es la noticia de protestas populares provocadas por la desigualdad socioeconómica. Los que más protestan son generalmente los jóvenes de los sectores pobres de la población que ni estudian ni trabajan y se sienten marginados de la sociedad de consumo que los canales de televisión proyectan. Jóvenes sin esperanza de cambiar su situación.

Lo más lamentable es que hoy, según recientes informes de la ONG Oxfam, la desigualdad entre ricos y pobres está creciendo no sólo en nuestro continente sino alrededor del mundo. Los resultados de la injusticia institucionalizada por el sistema económico neoliberal son innegables. La situación en el país más rico del mundo es un elocuente ejemplo de lo que está sucediendo a nivel global. Según el Premio Nobel en economía Joseph Stiglitz, el 1% más rico en ese país posee el 40% de toda la riqueza de la nación, en tanto que el 80% posee únicamente el 7%. Otros informes señalan que la mitad de la población estadounidense vive en la pobreza, con ingresos mínimos. A pesar de eso, por cada dólar que el 0,1% más rico de la población poseía en 1980 incrementó sus ingresos a razón de US$3,00 por año, en tanto que el salario mínimo del 90% más pobre de la población tuvo una caída de US$2,77 desde 1968. Por otra parte, según el más reciente informe de la Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura (FAO), publicado en octubre de 2013, hoy existen en el mundo unos 842 millones de personas que padecen de desnutrición crónica.

Si, como hemos visto antes en esta columna, Dios ama la justicia y por lo tanto toma el lado de las víctimas de la injusticia, ¿qué lugar damos en la misión de la iglesia a la búsqueda de soluciones concretas al problema de esta dramática desigualdad socioeconómica? ¿Podemos desentendernos totalmente del tema reduciendo nuestra misión a las “necesidades espirituales” de nuestros congéneres, ocupándonos de ellas en aislamiento de sus necesidades corporales y psicológicas?

La medida que las autoridades encargadas de mantener la ley y el orden en la sociedad adoptan frecuentemente frente a las protestas populares, acompañadas o no por la violencia, es la represión, supuestamente al servicio de la tranquilidad y la paz. Sin embargo, en la ausencia de justicia solo puede haber una paz espuria: la paz del cementerio, de un campo de concentración, o de un país bajo ocupación militar, pero no Shalom —la paz genuina y permanente que Dios quiere dar a la comunidad humana en su conjunto y a cada uno de sus miembros. Si como afirma Isaías 32:17, Shalom es el fruto de la justicia, el de la injusticia es la violencia, el caos social, la enemistad y la inseguridad, el odio y el temor. Cada injusticia cometida contra los pobres lleva en su interior la semilla de la subversión. La justicia fomenta vida, la injusticia desencadena la muerte. La injusticia no es meramente la violación de derechos humanos, sino una grave ofensa al Dios viviente que ama la justicia. Por eso, quienes siembran injusticia no sólo socavan la paz y cosechan violencia, sino que además se colocan bajo el juicio de Dios. “El que se burla del pobre ofende a su Creador; el que se alegra de verlo en la ruina no quedará sin castigo” (Pr 17:5). Si Shalom es fruto de la justicia, en el contexto histórico actual, caracterizado por la injusticia institucionalizada, es urgente que como pueblo de Dios tomemos muy en serio el llamado de Dios en Miqueas 6:8: “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia , y humillarte ante tu Dios”.

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