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Misión como compasión

30 March 2015 Sin Comentarios

Por René Padilla

La motivación fundamental de la misión de Jesucristo fue la compasión especialmente por los pobres. Ya en tiempos del Antiguo Testamento, Dios se había revelado como el Dios los oprimidos, “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas . . . Dios [que] da un hogar a los desamparados y libertad a los cautivos” (Sal 68:5, 6). Cuando pasamos al Nuevo Testamento encontramos que el Dios que se revela en Jesucristo es el Dios que toma el lado de los débiles, los vulnerables, las víctimas de la injusticia. Esto concuerda con la definición de su misión en su “Manifiesto de Nazaret” según Lucas 4:18-19. Y la descripción en los Evangelios de cómo llevó a cabo su ministerio muestra claramente que su compasión estaba orientada principalmente hacia los pobres, los hambrientos, los enfermos, las prostitutas, los ciegos, los mancos, los cojos, los cobradores de impuestos . . . En síntesis, estaba orientada a las no-personas de su sociedad.

La compasión no es mera lástima por los que sufren. Es mucho mas: es amor entrañable, ternura, identificación con los necesitados, pero identificación que mueve a la acción en búsqueda de solución de sus problemas. Como tal, requiere contacto personal con los necesitados —el tipo de contacto que Jesús tenía con las multitudes y hacía que al verlas  tuviera compasión de ellas “porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mt 9:36). En otras palabras, carecían de líderes que se ocuparan de ellas y les proveyeran sentido de dirección con miras a transformar su situación.

Como en el tiempo de Jesús, la misión cristiana hoy se realiza en un contexto de multitudes “agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor”. Vivimos en un mundo de injusticia institucionalizada. En casi todos los países el poder socioeconómico y político está en manos de una elite totalmente indiferente a las necesidades de las grandes mayorías, una elite que usa el poder para salvaguardar sus propios intereses. Como consecuencia, en palabras de Bernardo Kliksberg, “Doscientas mil personas, el 1/35.000 de la población total del mundo, son los dueños actualmente… de casi la mitad del producto bruto mundial. Del otro lado, el 50% , 3.500 millones de personas, tienen solo el 1% de dicho producto. Ese 50% gana menos de 2 dólares diarios. Están por debajo de la línea de pobreza”.

Lamentablemente, en el mundo moderno, especialmente en el contexto urbano, incluso entre quienes profesamos la fe cristiana, con demasiada frecuencia reina la apatía hacia “los parias de la tierra” (como los denomina Kliksberg), debido a la segmentación de la sociedad en clases sociales. Muchos de nosotros, como miembros de la clase media, pertenecemos a una minoría privilegiada, con poca oportunidad de intercambio con la gente pobre. Lo que necesitamos, en primer lugar, es abrir los ojos para ver a los necesitados y ser movidos a una compasión comparable a la de Jesús.

Sin embargo, cuando tomamos conciencia de la opresión en que viven los sectores pobres de la población y anhelamos sumarnos a quienes tienen “hambre y sed de justicia”, necesitamos, en segundo lugar, reconocer la importancia de ir mas allá de la caridad. John  Perkins, un afroamericano evangélico que por largos años ha sido usado por Dios en un ministerio que encarna la compasión de Dios manifestada en Jesucristo, tiene mucho que decir al respecto. En resumen, su énfasis central es que los cambios mas profundos y permanentes a nivel personal y comunitario son los que resultan de lo que él denomina una “redistribución del poder”. Desde esta perspectiva, los pobres no son meros recipientes de ayuda filantrópica, sino participantes activos en los procesos de transformación.

Los ingredientes de la misión son la palabra y la acción inspiradas por la compasión y empoderadas por el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Jesucristo.

 

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