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Esperanza de vida

19 April 2017 2 Comentarios

Una meditación en domingo de resurrección
Casa Adobe-Comunidad Emaús, 16 de abril, 2017

Por Ruth Padilla DeBorst

Salieron muy de mañana, cuando el sol apenas despertaba y las sombras se proyectaban largas en la tierra árida. Sabio era iniciar su marcha cuando casi toda la población dormía. Eso les permitiría avanzar sin oposición inicial y sumar compañeras en el camino. Con paso valiente desafiaron el estatus quo ese 4 de octubre del 2016. Cuando extremistas tanto israelitas como palestinos aseguraban que la única opción era la violenta y vengativa confrontación, ellas se atrevieron a afirmar que la paz era posible. Su atrevido movimiento había iniciado durante el conflicto entre Israel y Gaza en el 2014, cuando murieron 73 Israelitas y 2,200 Palestinos en el transcurso de 50 días. Mujeres judías y árabes, mujeres musulmanas, judías y cristianas, marcharon por dos semanas desde el norte de Israel hasta Jerusalén, reclamando un acuerdo de paz respetuoso y no violento entre Israel y Palestina. 4,000 mujeres marcaron el fin de la marcha con un culto unido de oración por la paz a orillas del Mar Muerto. Y esa misma tarde 15 mil personas efectuaron una protesta pacífica frente a la residencia del Primer Ministro, Netanyahu (1) .
Sobre este atrevido acto de denuncia profética, la canta-autora judía, Yael Deckelbaum, compuso la canción “Oración de las Madres” y una mujer palestino-israelita cristiana comentó:

No creo que la marcha en sí cambie el estatus quo; pero el cambio tiene que comenzar de alguna manera. Con determinación y buenas intenciones, creo que el cambio puede ocurrir. Mi fe se fortaleció esos días, cuando marché junto con mujeres israelitas que no temían ni se avergonzaban de hacer la paz en lugar de hacer la guerra. Mi esperanza de que haya paz se vio renovada (2).

El acto público lo selló Laymah Gbowee, una mujer liberiana quien en el 2003 había organizado a miles de mujeres para luchar por la paz durante la segunda guerra civil en su país. En su bendición declaró:

Las mujeres de ambos pueblos deben rechazar la narrativa de que la guerra es su único futuro.
Rechazar la narrativa de que la guerra es el futuro de sus hijos e hijas.
Rechazar la narrativa de que esta guerra ha durado tanto tiempo que no hay manera de arribar a un acuerdo pacífico. Esa es una mentira.
Recházenla y trabajen por la paz.

Frente a la globalizada maquinaria militar actual y ante los mezquinos intereses políticos y económicos de todos los tiempos, las marchas, los llamados y las canciones a favor de la paz parecen inútiles tonterías, que solo promueven vanas ilusiones, imposibilidades.
Así justamente juzgaron los discípulos las noticias que compartieron María Magdalena, Juana, la madre de Jesús y la otra María.
Ellas también habían salido muy de mañana cuando el sol apenas despertaba y las sombras se proyectaban largas en la tierra árida. Sabio era asomarse cuando casi toda la población dormía. Así como dos días antes, cuando la mayoría de los discípulos había mirado desde lejos y ellas se habían apostado al pie de la cruz, con paso valiente se acercaron al sepulcro del que había sido su Maestro. Arriesgaron nuevamente ser asociadas con alguien que había sido condenado y ejecutado como criminal. Cuando los discípulos se retrajeron confundidos y desesperanzados, prefiriendo el anonimato, ellas se atrevieron a ser consecuentes con su compromiso de amor a su Maestro.

Al llegar, cuenta el evangelista,
Encontraron que había sido quitada la piedra que cubría el sepulcro y, al entrar, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras se preguntaban qué habría pasado, se les presentaron dos hombres con ropas resplandecientes. Asustadas, se postraron sobre su rostro, pero ellos les dijeron:
―¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”.
Entonces ellas se acordaron de las palabras de Jesús.

De tanto repasar este relato todas las semanas santas, tal vez perdemos de vista lo revolucionario que es. Contra toda expectativa cultural y religiosa, en un contexto en el cual la palabra de una mujer no era tomada en cuenta como testimonio en una corte ni siquiera cuando ella hubiera atestiguado personalmente un hecho, Dios eligió revelar la más grande noticia de toda la historia a un grupo de mujeres: ¡Jesús ha vencido la muerte! Y se lo reveló, antes que a nadie más, a unas mujeres. Ellas, lejos de analizar críticamente la improbabilidad del hecho anunciado por los hombres en la tumba, repasan entre ellas las palabras de Jesús, reciben con fe la buena noticia y se apresuran a regresar a dónde están los demás discípulos para compartirles entusiasmadamente lo que se les ha revelado. Con renovada esperanza, corren a compartir la buena noticia.
Sin embargo, tan incrustada en el imaginario de los discípulos está la expectativa de que el Mesías sería el gran libertador militar del pueblo, y tan agobiados están con el fracaso de su causa, que no logran siquiera contemplar la posibilidad de que lo que dicen las mujeres pudiera ser cierto. Lucas registra su reacción:

El relato les pareció una tontería, así que no les creyeron.

Seguramente alguien robó el cuerpo, especulan. O tal vez estas mujeres se equivocaron de tumba. Es que a su incredulidad se suman sus prejuicios estereotipados. “Las mujeres son tan fantasiosas, tan dadas a imaginar cosas; no se puede confiar en sus palabras. Sólo reflejan vanas ilusiones, imposibilidades.”
Frente al escepticismo de los discípulos, ¿qué pensarían las mujeres? Posiblemente estaban acostumbradas a no ser tomadas en serio. O tal vez no. Imagino que a María, la madre de Jesús –a quien le había tocado ponderar muchas cosas desde que el ángel irrumpiera en su joven vida y le anunciara la llegada del Hijo de Dios–, le saltarían a la memoria las palabras de ese mismo ángel:

Porque para Dios no hay nada imposible.

Nada imposible para Dios. Nuestra esperanza en medio de un mundo roto y doliente, con tanta violencia y tanto sufrimiento gratuito se basa en esa sola confianza. Nuestra esperanza no depende de nuestra fuerza, de ningún gran plan maestro de desarrollo internacional, de ninguna estrategia económica o política. Nuestra única esperanza radica en la intervención vivificante del Creador en la historia de su creación. Parecerá tontería creer que hay futuro, que por la victoria de Dios sobre la muerte existe vida después de la muerte y que, por ello, puede haber vida plena antes de la muerte. Parecerá ingenuo imaginar y jugarse por construir paz y puentes cuando los poderosos se esmeran por lanzar bombas y construir muros. Parecerá vano escuchar la voz de las mujeres, de las personas sencillas, de aquellas a quienes nuestra sociedad desmerece como testigos fiables. Sin embargo, la buena noticia de la resurrección, revelada en primera instancia a personas tales, desarticula nuestros prejuicios y despierta posibilidades inesperadas. Marchemos, entonces, por los desiertos de nuestro mundo desesperanzado, rechacemos la mentira de que es imposible el cambio, y luchemos por la paz desde nuestras trincheras laborales, familiares, eclesiales y sociales. Porque nada es imposible para Dios. ¡Cristo ha resucitado y vive hoy! Amén.

Dra. Ruth Padilla Deborst

Notas

1. Acceso el 15 de Abril, 2017 http://www.haaretz.com/israel-news/1.754127

2. Acceso el 15 de abril, 2017, http://www.anothervoice.info/blog/2016/10/20/a-palestinian-perspective-on-the-march-for-peace

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