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Una historia oculta

12 October 2017 4 Comentarios
 C. René Padilla
“Hay una historia que los cristianos hemos ocultado de nuestros hijos y de nosotros mismos. Comienza en los años 1450, cuando el Papa Nicolás V emitió un documento oficial llamado Romanus Pontifex. Este documento autorizaba a los reyes cristianos de Europa a esclavizar, saquear y asesinar en el nombre de Dios, Jesús y la iglesia…”
 
PRESENTACIÓN

Casi todos los días durante más de dos meses las noticias en muchos de los medios de comunicación en Argentina, con ecos en otros países, han girado en torno a los incidentes relacionados con la desaparición forzada de Santiago Maldonado, vinculada a su apoyo a protestas de los mapuches por la manera en que se los ha estado privado de sus tierras. El conflicto es muy complejo y mi intención aquí no es analizarlo a fondo.

Me limito a presentar una breve reflexión con respecto a este tema, una reflexión incentivada por un breve fragmento del capítulo 4 de The Great Spiritual Migration (“La gran migración espiritual”, publicado por Convergent Books, 2016), adaptado por su autor, Brian McLaren, para su difusión por este medio.
No tengo la menor duda de que lo que más complica el problema mencionado son los grandes intereses económicos de poderosos terratenientes apoyados por políticos inescrupulosos. Es obvio que para estos señores los mapuches, como muchos otros pueblos originaros, no tienen derecho a ocupar las tierras habitadas por múltiples generaciones de sus ancestros, las tierras que los vio nacer. La base para el despojo es que esos pueblos no cuentan con las escrituras o títulos de propiedad para probar que tienen el derecho de habitar esas tierras.  Detrás de ese argumento falaz está el tradicional etnocentrismo que, como prueban los documentos citados por McLaren, ha caracterizado a los conquistadores y hasta hoy caracteriza a sus descendientes. Quienes creemos que todo ser humano, sin excepción, es portador de la imagen de Dios, ese tipo de discriminación racista es totalmente desechable. Así, pues, hagamos nuestra la oración del salmista: “¡Levántate, Señor! ¡Levanta, oh Dios, tu brazo! ¡No te olvides de los indefensos! ¿Por qué te ha de menospreciar el malvado? ¿Por qué ha de pensar que no lo llamará a cuentas? Pero tú ves la opresión y la violencia, las tomas en cuenta y te harás cargo de ellas” (Salmo 10:12, 14).
UNA HISTORIA OCULTA
Brian McLaren
 
Hay una historia que los cristianos hemos ocultado de nuestros hijos y de nosotros mismos. Comienza en los años 1450, cuando el Papa Nicolás V emitió un documento oficial llamado Romanus Pontifex. Este documento autorizaba a los reyes cristianos de Europa a esclavizar, saquear y asesinar en el nombre de Dios, Jesús y la iglesia:
…se concedió por otras Epístolas nuestras, entre otras cosas, facultad plena y libre para a cualesquier sarracenos y paganos y otros enemigos de Cristo, en cualquier parte que estuviesen, y a los reinos, ducados, principados, señoríos, posesiones y bienes muebles e inmuebles, tenidos y poseídos por ellos, invadirlos, conquistarlos, combatirlos, vencerlos y someterlos; y reducir a servidumbre perpetua a las personas de los mismos, y atribuirse para sí y sus sucesores y apropiarse y aplicar para uso y utilidad suya y de sus sucesores, sus reinos, ducados, condados, principados, señoríos, posesiones y bienes de ellos.(1)
La afirmación sirve como base para lo que comúnmente se denomina la Doctrina del descubrimiento, la enseñanza de que todo lo que los “cristianos” descubren pueden tomarlo y hacer con ello lo que les plazca. Su horror teológico es espeluznante. A los musulmanes (entonces llamados sarracenos) y a todos los demás no cristianos se los reduce a “enemigos de Cristo”. En contraste, los cristianos, aún cuando saquean, esclavizan y matan, se cuentan entre los amigos de Cristo. La misión cristiana global se define como invadir, conquistar, combatir, vencer y someter a los no cristianos en todo el mundo, robar “posesiones y bienes muebles e inmuebles” y “reducir a servidumbre perpetua a las personas” y no solo a ellas sino también a sus descendientes, aplicando “para uso y utilidad suya y de sus sucesores, sus… posesiones y bienes de ellos”.
 
Esta bula papal, que aún no ha sido repudiada por la iglesia católica, fue la base de la justificación cristiana del colonialismo y el desarrollo de imperios competitivos como España, Portugal, Gran Bretaña, Holanda, Francia, Bélgica, Alemania y otros imperios euro-cristianos que se extendieron en el mundo. Se constituyó en una nota de permiso para que toda nación blanca y cristiana cometiera genocidio.
 
Colón utilizó descaradamente esta autorización. Escribió acerca del pueblo Taino de Hispañola: “Vamos, en el nombre de la Santísima Trinidad, a seguir enviando a todos los esclavos que se pueden vender… Aquí hay tantos de estos esclavos… aunque son seres vivientes son tan valiosos como el oro”. Colón le dio permiso a su tripulación que permaneció en Hispañola a esclavizar al pueblo nativo de los Taino “en la medida de su deseo”. Colón premió a uno de sus tripulantes, Miguel Cuneo, con una adolescente Taino para su uso como esclava sexual. Cuneo se jactaba de que, cuando ella “se resistía con todas sus fuerzas”, él “la azotó sin piedad y la violó”. Colón otorgó este tipo de “beneficio laboral” a muchos de sus hombres, y escribió a un amigo sobre el gran número de “traficantes” que se especializaban en proporcionar niñas jóvenes a los llamados cristianos, añadiendo: “hay mucha demanda para las que tienen nueve o diez años de edad.”(2)
 
¿Sin duda muchos cristianos valientes denunciaron el salvajismo de sus así llamados civilizados hermanos cristianos? ¿Y por cierto muchos cristianos compasivos se pronunciaron sobre la humanidad de los llamados salvajes? Tristemente pocos, muy pocos, lo hicieron, destacándose entre ellos el fraile dominicano Bartolomé de las Casas. Su recuento de 1552 incluye escalofriantes detalles como estos:
 
“Ítem, yo afirmo que yo mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios e indias sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo… Ítem, vi que llamaban a los caciques e principales indios que viniesen de paz seguramente e prometiéndoles seguro, y en llegando luego los quemaban… Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas… Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos.
 
Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos.(3)
 
Bartolomé concluye: “En cuanto al vasto continente, que es 10 veces más grande que toda España,  los colonizadores han destruido la tierra y a su gente. En los últimos 40 años se han matado injustamente más de 12 millones de hombres, mujeres y niños, aunque, en realidad temo que el número de los muertos sea de más de 15 millones”.(4)
 
A la larga, la reina Isabel, en el 1500 sacó a Colón de la gobernación debido a su maltrato de los Taino; su reemplazante, no obstante, era del mismo molde racista. Nuevamente intervino la reina en 1503 con un decreto que tenía la intención de proteger a los pueblos nativos del trabajo forzado, y en 1511 un fraile llamado Antonio de Montesinos predicó que era un pecado abusar de ellos. Pero al siguiente año se pasaron leyes para fortalecer el dominio español (y prohibir que los nativos andaran desnudos, como si la desnudez fuera una mayor preocupación que la esclavitud y la violación sexual). Y en 1513 el gobierno español creó una especie de documento sobre “derechos del detenido” que se leía (en español, incomprensible para los indígenas) a aquellos a quienes se estaba por conquistar. Era el resumen del evangelio como ellos lo entendían; era el corazón de su mensaje, su “buena noticia”, la metanarrativa que legitimaba su supremacía blanca y cristiana:
[ext]
“De parte del muy alto e muy poderoso y muy católico defensor de la Iglesia, siempre vencedor y nunca vencido, el gran rey don Hernando el Quinto de las Españas… y de la muy alta y muy poderosa señora la reina Doña Juana, su muy cara e muy amada hija, nuestros señores, Yo, Pedrarias Dávila, su criado, mensajero y capitán, vos notifico y hago saber como mejor puedo: Que Dios Nuestro Señor, uno y eterno, crió el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de quien nosotros y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que después de nosotros vinieren…
De todas estas gentes Nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado San Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese señor e superior, a quien todos ovedeciesen, y fuese cabeça de todo el linaje humano donde quiera que los honbres viviesen y estubiesen, y en cualquier ley, seta o creencia, y diole a todo el mundo por su reino, señorío y jurisdicción.
Uno de los Pontífices passados que en lugar deste sucedió en aquella silla e dignidad que he dicho, como señor del mundo, hizo donación destas Islas y Tierra Firme del mar Océano a los dichos Rey e Reyna y a sus subcesores en estos reinos, nuestros Señores, con todo lo que en ellas ay…
Por ende, como mejor puedo vos ruego y requiero que entendais bien esto que os he dicho, y toméis para entenderlo y deliberar sobre ello el tienpo que fuere justo, y reconoscais a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo….
Si no lo hiciéredes, o en ello dilación maliciosamente pusiéredes, certificoos que con el ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obidiencia de la Iglesia y de Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y disporné dellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen. Y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Sus Altezas, ni mía, ni destos cavalleros que conmigo vinieron. Y de como lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio sinado, y a los presentes ruego que dello sean testigos”. (5)
 
Tristemente, esta mortal combinación de racismo, imperio y cristianismo no fue una excepción: fue la norma. Horribles atrocidades cristianas, enraizadas en la supremacía cristiana blanca, se propagaron como gangrena en su forma católica a lo largo y ancho del Caribe, Centroamérica y Sudamérica, y en su forma protestante en lo que ahora es Estados Unidos.
 
Si más cristianos hoy reunieran el valor para tomar en serio el lado oscuro de nuestra historia, nos daríamos cuenta del nivel hasta el cual nuestra religión todavía interpreta la Biblia de la misma manera en que lo hicieron nuestros errados ancestros. (No, no sacamos las mismas conclusiones, pero no hemos ni reconocido ni rechazado el método de leer la Biblia que hicieron aceptables esas interpretaciones inaceptables.) Si enfrentamos nuestro pasado, notaremos cuántos centros de poder dentro de la comunidad cristiana aún llevan ocultas tras sus espaldas las cartas de la supremacía cristiana blanca y el privilegio cristiano blanco, a menudo sin darse cuenta de que lo hacen, y como resultado repetidamente se encuentran aliados a los opresores en vez de los oprimidos. Veremos tras la cortina, para decirlo de una manera, y quedará expuesto cuántos cristianos todavía beben los mismos viejos cócteles: de Dios y el oro (incluyendo el “oro negro” de los combustibles fósiles), del cristianismo y la supremacía blanca, del cristianismo y los privilegiados, de cristianismo y colonialismo, de cristianismo y excepcionalismo, de cristianismo y violencia.
Hay una historia que los cristianos hemos ocultado de nuestros hijos y de nosotros mismos. Es hora de que se cuente esa historia.(6)
_________
  1. Sobre la historia no contada de Cristóbal Colón ver el libro de Thom Hartmann The Last Hours of Ancient Sunlight (Las últimas horas del sol ancestral, New York: Broadway Books, 2004), pp. 50ff. Ver también mi libro Why did Jesus, Moses, The Buddha, and Mohammed Cross de Road? (¿Por qué Jesús, Moisés, el Buda y Mahoma cruzaron la carretera? New York: Jericho, 2012), capítulos 9 a 11.
  2. El año que viene mi amigo indígena norteamericano Mark Charles publicará su libro sobre este tema. http://wirelesshogan.blogspot. com/
  • Fragmento adaptado por Brian McLaren del capítulo 4 de su último libro The Great Spiritual Migration (Convergent Books, 2016).

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