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La Pascua en perspectiva bíblica

31 March 2018 2 Comentarios

C. René Padilla

En las redes sociales está circulando una reflexión de Jag Sameaj sobre la Pascua. Según él, “pascua” significa PASO, que “en el caso de los judíos representa el cruce del Mar Rojo, es decir el PASO de la esclavitud hacia la libertad”, en el caso de los cristianos “conmemora la Resurrección de Cristo, es decir, el PASO de la muerte hacia la vida eterna”, y “para los agnósticos la supremacía del espíritu sobre la materia”. Desde esta encomiable perspectiva inclusiva, el autor expresa su deseo de animar a sus lectores a dar el paso que los haga pasar

De la resignación a la acción;
De la indiferencia a la solidaridad;
De la queja a la búsqueda de soluciones;
De la desconfianza al abrazo sincero;
Del miedo al coraje de volver a apostar todo por amor;
De recoger sin vergüenza los trozos de sueños rotos y volver a empezar;
De la autosuficiencia a compartir el fracaso y los éxitos;
De hacer las paces con nuestro pasado para que no arruine nuestro presente;
Y de saber que de nada sirve ser luz, si no podemos iluminar el camino de alguien.

Indiscutiblemente, todo esto es rescatable desde una perspectiva bíblica. Apunta a una vida que encuentra sentido cuando la persona logra superar los problemas que le plantea la vida diaria y aprende a vivir en buena medida en función del servicio al prójimo basado en valores humanos.

Hay, sin embargo, un dato que falta en la descripción de la Pascua que Jaq Sameaj presenta y es el dato fundamental en la narración bíblica de la salida de Egipto y el cruce del Mar Rojo que experimentaron los israelitas. Se trata ni más ni menos que del poder que hizo posible la liberación de la terrible esclavitud a que el pueblo de Israel estaba sometido bajo el dominio de los egipcios. Según esa narración en el libro de Éxodo, el autor de la liberación, de principio a fin, fue el Dios de Israel.

En primer lugar, Dios dispuso los acontecimientos históricos para que los egipcios estuvieran dispuestos a dejar que los israelitas salieran de Egipto. Lo hizo con la última de las diez plagas: la eliminación los primogénitos de las casas de los egipcios, en tanto que los de las casas de los israelitas eran “pasados por alto”. En efecto, “pascua” traduce el término hebreo pesah, derivado del verbo que significa “pasar por alto” o “pasar de largo” en el sentido de “excusar” o “perdonar” (ver, p. ej., 12:13, 27, etc.). La condición para que los primogénitos israelitas fueran eximidos de morir fue que los dinteles de las puertas de sus casas estuvieran señaladas con sangre de “un cordero o un cabrito de un año y sin defecto” (12:7). “A medianoche el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de los egipcios, desde el primogénito del faraón en el trono hasta el primogénito del preso en la cárcel, así como a las primeras crías de todo el ganado . . . No había una sola casa egipcia donde no hubiera algún muerto” (12:29, 30b). Como resultado, los egipcios instaron a los israelitas a “que abandonaran pronto el país” y “el Señor hizo que los egipcios vieran con buenos ojos a los israelitas, así que les dieron todo lo que les pedían” (12:36).

En segundo lugar, según Éxodo 14, lo que hizo posible el paso del Mar Rojo por parte de los israelitas en camino a la Tierra Prometida no fue un logro humano sino un portento llevado a cabo por el poder de Dios. Perseguidos por los egipcios, los israelitas se quejaron a Moisés, diciendo: “¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios que morir en el desierto!” (14:12). Sin embargo, por la acción de Dios, “las aguas del mar se dividieron, y los israelitas lo cruzaron sobre tierra seca. El mar era para ellos una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda” (14:16). En contraste, “al despuntar el alba, el agua volvió a su estado normal. . . . Al recobrar las aguas su estado normal, se tragaron a todos los carros y jinetes del faraón, y a todo el ejército que había entrado al mar para perseguir a los israelitas. Ninguno de ellos que quedó con vida” (14:27a-28).

Claramente, desde la perspectiva bíblica presentada en el libro de Éxodo la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto no fue un logro meramente humano, sino una demostración de la poderosa acción liberadora de Dios. Con este trasfondo que provee el Antiguo Testamento, la Pascua cristiana nos sirve de recordatorio de nuestra total incapacidad de llevar una vida plena: una vida caracterizada por la acción en vez de la resignación, la solidaridad en vez de la indiferencia, la búsqueda de soluciones en vez de la queja, el abrazo sincero en vez de la desconfianza, el coraje de volver a apostar todo por amor en vez del miedo, la disposición a recoger sin vergüenza los trozos de sueños rotos y volver a empezar en vez de la autosuficiencia, la voluntad de hacer las paces con nuestro pasado para que no arruine nuestro presente y de saber que de nada sirve ser luz si no podemos iluminar el camino de alguien. La Pascua nos señala el camino para alcanzar la vida plena marcada por estas características.

En primer lugar, la Pascua nos recuerda que, como los primogénitos israelitas eran eximidos de morir a condición de que los dinteles de las puertas de sus casas estuvieran señaladas con sangre de un cordero o un cabrito, nosotros somos perdonados cuando nos despojamos de nuestra autosuficiencia y admitimos nuestra necesidad del perdón de Dios en virtud del sacrificio de Jesucristo. Tal perdón está disponible sobre la base del reconocimiento que Dios está dispuesto a pasar por alto el castigo que merecemos por nuestra rebelión contra él. Con este propósito Jesucristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), murió por nosotros. En palabras del profeta Isaías, “Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.” El apóstol Pablo hace eco a estas palabras cuando escribe: “Al que no conoció pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).

En segundo lugar, la Pascua nos induce a despojarnos de nuestra autosuficiencia y a poner nuestra confianza en el poder transformador de Dios. Ese poder se manifestó en la resurrección de Jesucristo y nos libera de la esclavitud espiritual para que disfrutemos de la vida a la que Jesús hizo referencia cuando dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Sólo entonces nos ponemos en condiciones de cruzar el abismo que existe entre aspiraciones humanas loables y la Tierra Prometida, animados por la esperanza de que el que comenzó en nosotros la buena obra “la irá perfeccionando hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

 

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