Home » Featured, General, Home

Otro predicador con conciencia social

10 May 2018 Sin Comentarios

C. René Padilla

 

Al cumplirse los cincuenta años del asesinato de Martin Luther King, Jr., otro destacado predicador con conciencia social, afroamericano como él, publicó recientemente un libro intitulado One Blood: Parting Words to the Church on Race (“Una sangre: Palabras de despedida a una iglesia en marcha”)i. Se trata de John Perkins, fundador de varios ministerios de misión integral y autor de varios libros que documentan su compromiso tanto con el Evangelio de Jesucristo como con la justicia de Dios. Evidentemente, ha escrito este nuevo libro porque considera que, habiendo cumplido ochenta y siete años de edad, su compromiso con Cristo le ha impuesto la tarea de dirigir a la Iglesia, antes de su partida, una suerte de “manifiesto” sobre la urgente necesidad de persistir en la lucha en pro de los derechos civiles y la reconciliación por encima del racismo que sigue presente en su país y más allá de éste. A la luz de los actuales frecuentes brotes de violencia racial, una vez más se ha sentido movido a plasmar por escrito los principios que desde su perspectiva son “vitales para un ministerio integral de reconciliación”, por encima de las barreras raciales.

Según él, “estamos en un momento singular en nuestra historia. Hemos vivido, y hasta cierto punto todavía estamos viviendo en medio de una gran trastorno en nuestra historia. El alma de nuestra nación ha sido desnudada. Al conversar con la gente en nuestro país tengo la impresión de que todos están esperando una respuesta a esta situación”: una situación profundamente afectada por el prejuicio racial. Con este libro Perkins no sólo trata de proveer respuestas, sino también pasar la posta a una nueva generación de líderes cristianos que están dispuestos a aceptar el desafío de fomentar la reconciliación en la sociedad. Él, por su parte, se dispone a ofrecer a la iglesia sus “palabras finales”, una suerte de legado escrito de los principios que él considera vitales para completar ese ministerio. Obviamente, esta es una obra profética escrita por un autor que sigue los pasos de Martin Luther King como predicador con conciencia social.

Conocí a John Perkins hace muchos, muchos años. Mi primer contacto con él fue en una reunión en que lo escuché predicar a una audiencia de estudiantes universitarios. Como sucede con muchísimos afroamericanos en Estados Unidos y en muchos otros países, la discriminación racial y la pobreza le habían cerrado las puertas de la educación a nivel secundario y a nivel universitario. A pesar de eso, era evidente que el contenido testimonial y la elocuencia de su mensaje habían cautivado la atención de sus oyentes.

No tengo registro de las múltiples oportunidades en que John y yo participamos juntos en conferencias y encuentros en diferentes países a lo largo de varias décadas. Sin embargo, tengo una gran deuda de gratitud con él por lo mucho que significaron para mí dos aportes que recibí de él y que marcaron profundamente mi manera de pensar sobre la misión de la iglesia. En primer lugar, la lectura de su libro intitulado With Justice for All (Justicia para todos), que yo publiqué en castellano, en 1988, bajo el sello de Nueva Creación. En segundo lugar, la visita de tres días que él hizo posteriormente a Buenos Aires, en donde dedicó la mayor parte de su tiempo a “Fe y Vida”, un ministerio de la iglesia que yo pastoreaba en ese entonces en San Fernando, un sector pobre de la ciudad. Por razones de espacio, me limito a ofrecer un breve resumen de Justicia para todos, un libro que me proveyó un modelo ejemplar de lo que significa la misión integral y de lo que ésta exige para ponerla en práctica.

Las circunstancias en que nació y se crió John en Mendenhall, Mississippi, no podían ser más adversas para su desarrollo pleno como persona. A todas las desventajas causadas por la discriminación racial que sufrían y todavía sufren los afroamericanos en los Estados Unidos se añadían en su caso las de haber quedado huérfano de madre cuando él tenía apenas siete meses de edad, haber sido abandonado por su padre poco después, y haber sido criado por su abuela paterna, junto con dos hermanos y dos hermanas, y con tíos y tías, en una miserable casucha de tres ambientes. Durante la adolescencia fue golpeado por la tragedia: una de sus hermanas fue asesinada por su novio, y a uno de sus hermanos lo mató la policía. Como resultado, a la edad de diecisiete años John decidió emigrar a California en busca de mejor suerte. Allí consiguió un buen trabajo, se casó con Vera Mae y formó familia. Y allí, a los veintisiete años de edad, tuvo una experiencia que marcó de manera definitiva toda su vida: escuchó el Evangelio por medio de su hijo mayor, y se encontró con Jesucristo. Decidió entonces unirse a un grupo de hombres cristianos que visitaba las cárceles para compartir las buenas nuevas con jóvenes presos, muchos de ellos negros del Sur que, como él, habían emigrado a California en busca de una salida del abismo de la pobreza, pero no habían logrado tener éxito como él. Esta experiencia sembró en él el deseo de regresar a su pueblo natal para compartir el Evangelio con su gente.

La primera barrera que John tuvo que cruzar para cumplir ese propósito fue convencerse de que debía dejar su empleo que le permitía llevar una vida cómoda, y emprender la aventura de regresar a su tierra en obediencia a un llamado misionero. Al cabo de dos años de lucha entre las dos opciones, convencido del llamado de Dios, en junio de 1960 regresó a Mendenhall junto con su esposa y cinco hijos.

Lo que John no pudo haber imaginado antes de regresar a Mendenhall es que para cumplir su propósito de compartir el Evangelio especialmente con los jóvenes tendría que cruzar una segunda barrera tal vez más alta que la primera: la actitud de una iglesia local indiferente a las necesidades físicas y sociales de la gente, con cristianos acomodados al racismo, a la impotencia frente al abuso del poder y a la violencia policial. De esta situación se ocupa en el primer capítulo, que lleva como título “No basta la evangelización”. Allí narra que poco después de su llegada a su pueblo natal fue invitado por una iglesia que lo conocía a hacerse cargo de una clase de escuela dominical. El templo estaba ubicado en una zona paupérrima, rodeada de bares, donde los muchachos se reunían a jugar, bailar y emborracharse, y las chicas “más capaces, las más populares, las que más se destacaban en la escuela” frecuentemente quedaban embarazadas, con mucha más frecuencia que las “perdedoras”. Al observar esa situación entendió que, como él dice, “el evangelio tenía que consistir en algo más que la `evangelización` [oral]. El evangelio bien entendido es integral, responde al hombre como persona en su totalidad; no escoge sólo una clase de necesidades, las espirituales o las físicas, para responder únicamente a ellas”. Esta convicción lo incentivó a exhortar a la clase a hacer algo al respecto para cambiar esa situación. Una de las preguntas que planteó fue: “¿Por qué no nos organizamos, nos deshacemos de esos bares y les ofrecemos una vida más saludable a los jóvenes?” Esa propuesta fue la bomba que estalló porque “la mayoría de esos lugares eran propiedad de miembros de la iglesia. Esa era mi situación: un recién llegado criticando a aquéllos que se contaban entre los principales ofrendantes de la iglesia. A algunos de mi clase les pareció una infamia, de modo que presentaron su queja al pastor” y, como consecuencia, el pastor le pidió que no volviera a enseñar en su iglesia. Providencialmente, eso resultó en el nacimiento de un nuevo ministerio: La Voz del Calvario.

John Perkins dedica buena parte de su libro Justicia para todos a describir la formación y desarrollo de este nuevo ministerio en un contexto socioeconómico y político profundamente afectado por el prejuicio racial. Un contexto donde “los blancos querían que los negros fueran ciudadanos de segunda clase” y “los negros habían aceptado ser ciudadanos de segunda clase”. John narra que dos pastores blancos que se entrevistaron con él porque les interesaba apoyar su ministerio de reconciliación cayeron en tan abismal depresión que terminaron por suicidarse. Haciendo memoria de esta dura experiencia Perkins escribe:

Me di cuenta de que tanto la iglesia blanca como la negra habían moldeado su mensaje para adaptarse a las tradiciones culturales, raciales y religiosas de tal forma que habían desprovisto al evangelio del poder que era importante para superar las barreras raciales, culturales, económicas y sociales. Sin esto no podían tener ningún efecto verdadero en la comunidad.

Para cambiar la situación así descrita, según Perkins, se requería el concurso directo de la comunidad negra. Si bien los blancos podían ayudar y su colaboración era necesaria, la única institución que podía servir como el medio para lograr el cambio era la iglesia negra. Para este fin serviría La Voz del Calvario, con líderes comprometidos muy en serio con el Evangelio de reconciliación entre negros y blancos, dispuestos a vivir en medio de la gente común y corriente, amándola y guiándola.

De los diecinueve capítulos que tiene Justicia para todos, trece (del 6 al 18) se dedican a la estrategia necesaria para lograr el cambio necesario para que la justicia sea una realidad para todos, blancos y negros. Tal estrategia se resume en tres principios:

1. Reubicación. “Para servir a los pobres de manera efectiva —dice John— debo reubicarme, es decir, integrarme a la comunidad necesitada. Al ser vecino de los pobres, las necesidades de la comunidad se convierten en mis necesidades”.

2. Reconciliación. “El evangelio —razona— tiene poder para reconciliar a las personas tanto con Dios como con los demás. . . . La reconciliación que atraviesa barreras raciales, culturales y económicas no es un aspecto optativo del evangelio”.

3. Redistribución. Argumenta: “Dios nos llama a compartir con aquéllos que sufren necesidad…. Significa compartir nuestras capacidades, nuestro tiempo, nuestras energías y nuestro evangelio en modos que capaciten a las personas para interrumpir el círculo de la pobreza y asumir su propia responsabilidad frente a sus necesidades”.

Dios me concedió el privilegio de visitar Mendenhall unos años después de la iniciación del admirable ministerio de John Perkins en su pueblo natal. Vi personalmente algunos de los resultados de la puesta en práctica de su estrategia implementada por este predicador con conciencia social. Un líder que bajo la dirección de Dios emprendió un ministerio que comenzó en el plano práctico con un pequeño jardín maternal y fue creciendo poco a poco hasta convertirse en un modelo de misión integral. Un modelo que responde a necesidades físicas, sociales y espirituales de la comunidad, se autofinancia y es dirigido por líderes locales que han surgido de su pueblo y se han formado con el propósito de servir a su gente.

Justicia para todos no es un libro para leer sólo para entretenerse, aunque no deja de ser ameno. Es un elocuente desafío a la conciencia cristiana. Un poderoso llamado a vivir el evangelio mediante la práctica de la justicia. Una entusiasta invitación a colaborar con Dios en la transformación del mundo poniéndonos al servicio del Reino de Dios y su justicia.

_______

 

Deje sus comentarios!

Agregue su comentario, otrackback desde su sitio. Tambien puede hacerlo subscribe to these comments vía RSS.

Sea amable y respetuoso. Aténgase a la temática. No haga spam.

Puede usar estas palabras clave:
<a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

This is a Gravatar-enabled weblog. To get your own globally-recognized-avatar, please register at Gravatar.