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Los jóvenes en situación de calle. Una manera de “ser varon” (segunda parte)

22 July 2010 Sin Comentarios

Por Marcela Bosch

Mito 2. La interpretación de la juventud gris

M. Augé (1) nos habla del lugar antropológico al que define como un espacio que posee los rasgos de: identidad, relación e historia. En efecto, todas las sociedades, para definirse como tales, han marcado, normativizado, el espacio que pretenden ocupar.

Los chicos de sectores populares experimentan la expulsión hacia la calle, como una construcción que responde al modelo cultural preexistente sobre el imaginario de “lo masculino”. La frase popular “los nenes son para la calle, las nenas son de la casa”, desde muy corta edad, como ya dijimos, se alejan de sus barrios convirtiéndose en población migrante. Se cumple en ellos lo que P. Bourdieu ha llamado efectos de lugar (2) o efectos de arrastre de entornos urbanos carenciados, huída hacia otros territorios con una frontera simbólica entre el conurbano y la capital.

El centro, como los chicos denominan a la capital, les ofrece una estética diferente a la que experimentan en sus barrios, les atrae el ruido, las luces, las calles asfaltadas, caminar por espacios donde circula el dinero y donde pueden alimentar cotidianamente la ilusión del “tener”. Al alejarse de sus barrios los chicos realizan un doble movimiento: uno centrífugo de huida, escapando de sus carencias económicas, como así también de sus problemáticas familiares, y un segundo movimiento centrípeto de acercamiento a sí mismos, buscando un espacio de privacidad que difícilmente encuentran en una casa con una cama atiborrada de hermanos.

¡Raro acercamiento y ruptura viven diariamente estos jóvenes! cuando, lejos de sus barrios empobrecidos, circulan por los barrios de los ricos, a los cuales denominan “los chetos”, que dicen detestar pero de igual manera asemejarse, al menos usando la misma marca de zapatillas. Ellos experimentan la ruptura con sus pares de clase media, beneficiarios de una libertad protegida  cuando salen de sus casas para dirigirse hacia la escuela, universidades, clubes etc. Ellos poseen “un cordón de seguridad” ligado a su familia, que se irá soltando paulatinamente para que final y tardíamente se incorporen al mundo laboral.

Los jóvenes, cuando adoptan diferentes modalidades en calle (3), en la capital o en el centro (4), se “apropian” de un lugar al que socializan y simbolizan, transformándolo en espacio para crear itinerarios donde construyen en el día a día su universo relacional, dentro de una sociedad que ejerce sobre ellos una “libertad vigilada”. Los chicos viven cotidianamente la ansiedad de estos adultos quienes al verlos, lejos de acogerlos, corren a proteger lo propio de esos “otros” que circulan en su barrio y para sentirse aún más seguros, los acorralan y los encierran “por su propio bien”: en hogares, cárceles, institutos, centros de día.(5)

Lo cierto es que la masculinidad de estos chicos se forja bajo la mirada inquisidora de los adultos, que no pueden ni quieren entenderlos, pero, a modo de control social, operan de manera lo suficientemente fuerte, a fin de que la discriminación sea mucho más que una palabra.

Los chicos sufren en carne propia “la inseguridad” cuando los adultos los exponen sin pudores dentro del espacio público, los filman para los programas amarillistas de la televisión, los encuestan para engrosar las estadísticas, o los convierten en el objetivo de las cámaras fotográficas colocadas en los semáforos y estaciones de trenes…

Es entonces cuando ellos comienzan a tener los estigmas de una identidad deteriorada (6) y cuerpos dúctiles preparados para sortear los peligros, llenos de fuerza, carácter, creatividad y plasticidad. Cuerpos en constante movimiento, inquietos y atentos, condenados a permanecer en vigilia…

C. se sinceraba con nosotros educadores/as: -“en calle nunca estás tranquilo, dormís con un ojo abierto porque te roban las zapatillas, o te puede agarrar un violín, o te lleva la policía”.

Estos jóvenes habitan muchas veces en cuerpos intoxicados. Las sustancias sirven para insensibilizar el cuerpo, para no tener frío, ni hambre; pero también funcionan a modo de terapia inhibidora de la memoria, a fin de alejarlos del miedo, la angustia, el sin sentido… Porque lo que no se recuerda no tiene existencia, pero lo que es más importante aún, pierde su poder… Sin memoria no hay pasado, pero tampoco se puede proyectar un futuro que, por inalcanzable, aterroriza.

El cuerpo se pone fácilmente para la pelea, para ganar territorio, para sobrevivir… Quienes optan por delinquir, también ponen el cuerpo para  arrebatar… El riesgo pocas veces se percibe porque la lógica del instante rige la vida cotidiana de estos jóvenes, donde prevalece el puro presente enmarcado en un conjunto de reglas y códigos, conocidos y respetados por todos los que se encuentran, que son parte de una banda o una ranchada a fin de sobrevivir, por lo menos un tiempo más.

Los tatuajes corporales, a modo de marcas, pasan a ser en sus brazos jóvenes el signo visible del dolor, imposible de ser verbalizado. Remiten a un tiempo kairológico, significativo, familiar: el cumpleaños de la madre o la navidad, donde no se pudo estar presente porque lo impidió la droga  o el encierro en un instituto de menores (7). Marcas visibles en brazos, antebrazo, piernas y pecho…Dolor invisibilizado con múltiples significados que el exterior decodifica unilateralmente para señalarlos como “pibes chorros” (8).

NOTAS
(1) Marc Augé, El sentido de los otros, Paidós. Barcelona, 1996
(2) Bourdieu, Pierre, “Efectos de Lugar” en La miseria del mundo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993.
(3)Malabares, delincuencia, venta abundante, mendigar.
(4) Los chicos llaman de este modo al lugar que posea características  más urbanas diferentes a su barrio, aunque estos lugares también estén en Pcia. de Buenos Aires como San Isidro  o Martínez.
(5) Es absolutamente necesario, siguiendo a L. Wacquant resaltar la importancia de la observación etnográfica cuando estudiamos las nuevas formas de marginalidad, especialmente para producir construcciones teóricas sólidas, superar la pre-construcción de la pobreza como objeto, presente en los discursos periodísticos, políticos y económicos. Ver: Wacquant, Loïc, Las cárceles de la miseria, Manantial. Buenos Aires, 2004; Parias urbanos, Manantial, Buenos Aires, 2007; Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
(6) Goffman, Estigma la identidad deteriorada.
(7) A diferencia de los tatuajes de chicos de clase media que no los hacen en zonas visibles y que sirven para indicar pertenencia  a grupos de música, etc.
(8) Para Jimenez: “… La identidad de un actor social emerge y se afirma sólo en la confrontación con otras identidades en el proceso de interacción social, la cual frecuentemente implica relación desigual y por ende, luchas y contradicciones”. Y agrega que “no basta que las personas se perciban como distintas bajo algún aspecto; también tienen que ser percibidas y reconocidas como tales. Toda identidad (individual o colectiva) requiere la sanción del reconocimiento social para que exista social y públicamente”. Jiménez, Gilberto, “Materiales para una teoría de las identidades sociales” en Frontera Norte, Vol 9. Num. 18, Julio- Diciembre de 1997.

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