¿Quién es el dueño?
por Lindy Scott
El siglo veinte presenció una gran lucha ideológica entre el capitalismo y el comunismo. Esta Guerra Fría se emprendió en muchas regiones de nuestro planeta: Corea, Vietnam, Centroamérica, Cuba, Chile, y muchos otros lugares. Demasiada sangre se derramó. En el campo ideológico, había argumentos, escritos, debates, polémicas sobre un sinfín de temas: pecado estructural, materialismo, el “Hombre Nuevo”, avaricia, etc. Uno de los tópicos más controversiales tocó el tema de la posesión de la tierra y de los bienes materiales: ¿Quién es el dueño, el individuo o el estado? Los cristianos también se metían en estos debates y la mayoría tomaba la postura de un lado o del otro.
Lastimosamente, en medio de todo este debate, la perspectiva bíblica a menudo se perdió. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la enseñanza es muy clara: ¡Dios es el dueño! Ni la persona individual ni el estado es dueño en un sentido absoluto. “De Jehová es la tierra” no era una afirmación estéril sin implicaciones prácticas. Precisamente porque el dueño de todo es el Señor, las posesiones bajo nuestra mayordomía, sean estatal o individualmente, debieran ser utilizadas según los propósitos de Dios.
Pero ¿cuáles son los propósitos de Dios? El Señor de la vida es un padre amoroso, y como tal, no puede tolerar la muerte prematura de los seres humanos por falta de comida, ropa o techo, o que la gente viva una existencia sub-humana, careciendo de protección, salud o evangelio. Por lo tanto, la Biblia enseña y demuestra de mil maneras la koinonía, o sea, que los que tengan abundancia de cualquier bien, la compartan con los que tengan necesidad, porque todos llevamos la imagen de Dios
Un par de ejemplos nos ilustra esto. Primeramente consideremos a Job. Él era un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal (Job 1:1). Cuando fue criticado, se defendió con su testimonio: “Si el pobre recurría a mí, yo lo ponía a salvo, y también al huérfano, si no tenía quien lo ayudara. Me bendecían los desahuciados ¡por mí gritaba de alegría el corazón de las viudas! De justicia y rectitud me revestía; ellas eran mi manto y mi turbante. Para los ciegos fui sus ojos; para los tullidos, sus pies. Fui padre de los necesitados, y defensor de los extranjeros (29:12-16). Job explica su motivación: El mismo Dios que me formó en el vientre fue el que los formó también a ellos; nos dio forma en el seno materno” (31:15).
El segundo ejemple es de Juan el Bautista, quien vino predicando el reino de Dios y el bautismo del arrepentimiento para el perdón de pecados. Cuando le preguntaron sobre este arrepentimiento verdadero, les explicó: “El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna y el que tiene comida debe hacer lo mismo” (Lucas 3:11). El ser humano que sigue a Dios no es dueño de sus posesiones. Al contrario, todos sus bienes están al servicio del prójimo para demostrar el amor de Dios encarnado en la historia humana. Cada necesidad humana es una oportunidad para que los seguidores de Cristo amen al prójimo y compartan lo necesario para una vida más genuina y abundante.
Job y Juan el Bautista nos demuestran la koinonía verdadera. Dios ama al mundo muchísimo y lo demuestra con hechos. Nosotros, los que tomamos el nombre de Jesús, no podemos hacer menos.
Haznos, Señor, instrumentos de tu amor.
Foto: Buenos Aires, Barrio Norte (Rafel Estrella)
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