Nelson Mandela: Lecciones para Latinoamérica
Por David Nacho
Hace veinte años, el 11 de febrero de 1990, salía de la cárcel un hombre que había estado encerrado por 27 años por causa de su lucha contra un sistema de exclusión y represión instalado en Sudáfrica por los colonizadores llamado apartheid.
Pienso que la historia y el ejemplo del pueblo sudafricano, liderado por Nelson Mandela, se constituyen en una importante lección para quienes en Latinoamérica desean y trabajan por ver sociedades más justas e libres de discriminación.
La primera lección se desprende de la necesidad de llamar a las cosas por su nombre. Aunque muchos quieran negar esta realidad, nuestro continente está profundamente marcado por el racismo y la discriminación. Si bien es cierto que no hay sistemas de apartheid en la manera en que funcionaba el sistema sudafricano, el racismo en Latinoamérica se plasma principalmente en la pobreza y la exclusión de los espacios de decisión de negros y pueblos originarios. Entonces, aprendamos de nuestros hermanos sudafricanos a identificar al racismo y sus consecuencias y a resistirlos en todos los espacios.
Sin embargo, la belleza y singularidad de la historia de Mandela es que sus esfuerzos van más allá de la resistencia a sistemas y mentalidades de exclusión. De ahí nace la segunda lección, y en la que quiero hacer énfasis. Mandela nos muestra que una lucha se queda corta si no aspira y trabaja por la reconciliación entre opresores y oprimidos. Leamos un extracto de las palabras de Mandela en ocasión de su ascenso a la presidencia de Sudáfrica después de haber ganado las primeras elecciones realmente democráticas en la historia de su país:
El tiempo de curar las heridas ha llegado.
El momento para construir puentes sobre lo que nos dividía es éste.
Finalmente, hemos logrado la emancipación política. Nos comprometemos a liberar a nuestra gente de la continua esclavitud de la pobreza, la privación, la discriminación de género y otras formas de discriminación.
Nos comprometemos con la construcción de una paz completa, justa y duradera.
Hemos triunfado en el esfuerzo de implantar la esperanza en los corazones de millones. Hacemos un pacto por construir una sociedad en la cual todos los sudafricanos, blancos y negros, podrán caminar con dignidad, sin miedo en sus corazones, con la seguridad de su derecho humano a la dignidad – una nación arco iris en paz consigo misma y con el mundo.
Los últimos años en nuestro continente se han caracterizado por el surgimiento de nuevos gobiernos que, por lo menos en discurso, reconocen y denuncian el alto grado de pobreza e injusticia que las mayorías discriminadas han soportado por mucho tiempo. Para mí el ejemplo más fascinante de este momento histórico lo constituye el presidente de mi Bolivia, Evo Morales, puesto que él surge de un estrato social y racial largamente excluido de la conducción del país.
Líderes como Morales, pueden y deben ver en la figura de Mandela un ejemplo a seguir, puesto que una lucha reivindicatoria sin el componente de perdón y reconciliación que Mandela propone pierde la potencia transformadora que una verdadera revolución puede tener. Qué fácil es para muchos decir: “que los que han disfrutado antes ahora sufran, o que se aguanten.” Recuerdo las palabras que un alto funcionario del gobierno boliviano pronunció después de que la casa de un líder opositor fue invadida y su familia, golpeada por un grupo de simpatizantes del gobierno: “el pueblo ha votado en mayoría por nosotros no por él.”
En contraste, Mandela nos sorprende y desafía con declaraciones como las siguientes: “Ponemos nuestra visión sobre la mesa no como conquistadores, ordenando a los derrotados. Hablamos como co-ciudadanos para sanar las heridas del pasado con la intención de construir un nuevo orden basado en la justicia para todos.”
Mandela nos hace cuestionar la idea que la historia sólo se escribe en batallas y conflictos. ¿por qué no hacer historia al estilo de ese Mandela que salió de la cárcel dispuesto a perdonar y a guiar a su pueblo por el difícil camino de la reconciliación?
Hay mucho por hacer en nuestra América. Empecemos por abrir los ojos para poder llamar a la discriminación y pobreza por su nombre y a resistirlas como realidades contrarias a las buenas nuevas del Reino de Dios. Hagamos que nuestra teología sea una teología de reconciliación, que nuestras iglesias sean comunidades en las que opresores y oprimidos pasan a ser hermanos. Que nuestra voz hacia nuestros gobiernos, ya sean de derecha o de izquierda, sea una interpelación por la reconciliación.
Nkosi Sikelel’ iAfrika – Dios bendiga a Africa
¡Dios bendiga a Latinoamérica!
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