Sin evangelización no hay misión integral
El Evangelio es lo más precioso que podemos ofrecer porque es lo mejor que tenemos. Toda la ayuda que podamos ofrecer a los necesitados es buena, pero nada es comparable a la posibilidad de apropiarse de los recursos que Dios quiere darle para una vida digna, llena de sentido – una vida en abundancia.
Evangelizar es anunciar las buenas noticias de Jesucristo en palabras y en acción, a quienes no lo conocen, con la intención de que, por la obra del Espíritu, se conviertan a Jesucristo, se dispongan a seguirlo como discípulos, se unan a su iglesia y colaboren con Dios en la realización de sus propósito de restaurar la relación con él, con el prójimo y con la creación. Así, la conversión es el comienzo de una transformación que abarca todo aspecto de la vida.
Por tanto, la evangelización requiere la participación de agentes humanos dispuestos a colaborar con el Espíritu Santo. Bryant Myers nos llama la atención a un patrón, un modelo de evangelización en el libro de los Hechos, que muestra que el anuncio del evangelio es a menudo “el segundo acto del relato” – la respuesta a preguntas suscitadas por algo que sucede, ej. Sermón de Pentecostés, Sermón a la puerta del templo de Jerusalén luego de la curación de un lisiado y Sermón de Esteban, respuesta a la acusación provocada por los milagros. En palabras de Myers “En cada caso se proclama el evangelio, no por intención o plan previo, sino en respuesta a una pregunta provocada por la actividad de Dios en la comunidad”. Hay una acción que exige explicación, y el evangelio es la explicación.
Debemos preguntarnos entonces, ¿hasta qué punto nuestras acciones provocan preguntas?
Para concluir, es comprensible la reacción contra lo que podríamos denominar un “celotismo cristiano” –el afán de convertir a la gente, sin respetar los tiempos del otro. Reafirmamos que no hay lugar para el proselitismo, ni la manipulación. Sin embargo, sin evangelización no hay misión integral.
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