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Tiempo de oportunidad

30 August 2019 Sin Comentarios

La presente crisis socioeconómica y política argentina, como todas las crisis, es un tiempo de oportunidad. Otra vez, como a comienzos de este siglo, llegó el momento de la verdad: la Argentina no es parte del «primer mundo». Quiera o no quiera, es un país latinoamericano y, como el resto de los países de América Latina, está en la periferia del mundo capitalista, sujeta a los embates a que están sujetos todos los países capitalistas dependientes –los  países de los cuales el Fondo Monetario Internacional (FMI) está al acecho en beneficio de los países monitores del sistema económico global. 

Tal «sinceramiento» es ineludible para la reconstrucción de esta nación tan golpeada no sólo por la corrupción interna (la que beneficia especialmente a sus gobernantes) sino también por el sistema macroeconómico dominado por ese «primer mundo» en el cual algunos de sus ilusos políticos se esfuerzan por conseguirle carta de ciudadanía. Para empezar, es un sinceramiento que, si lo hiciera la clase política argentina, cobraría conciencia de la urgente necesidad de reducir drásticamente los costos del poder político.

¿Cómo puede ser que en un país rico como pocos en recursos naturales la tercera parte de su población viva bajo la líneas de la pobreza o, peor aún, la indigencia, en tanto que la clase dominante sigue dando rienda suelta a su avaricia y los gobernantes dan por sentado que para mantener el aparato estatal pueden gastar más, y a veces mucho más, que lo que en varios países se gasta en este rubro?

Tal vez el resultado más positivo de la crisis sea el despertar de la sociedad civil y especialmente de la clase media, tan condicionada por el tradicional «no te metás» exacerbado por el individualismo propio de la sociedad de consumo. Es lamentable que hayamos tenido que llegar a la triste situación actual para reconocer la dimensión social de la economía, la importancia de la concertación social, el valor de la solidaridad. Lo bueno es que, en medio de los escombros de una sociedad bombardeada por la inflación, el desempleo y la inseguridad, poco a poco va surgiendo una economía social y de subsistencia, caracterizada por la colaboración mutua y la creatividad en la búsqueda de maneras de generar trabajo, suplir las necesidades básicas de toda la población  y dar respuesta a problemas comunes. Este es el momento de los microemprendimientos, las pequeñas  y medianas empresas, el cooperativismo, el trueque y las compras comunitarias. Es el momento de la «economía del trabajo» y la solidaridad. 

La oportunidad que la presente crisis plantea es aún mayor para los cristianos que leemos la realidad actual desde la perspectiva del propósito de Dios deformar una humanidad caracterizada por la justicia y el amor, la equidad y la solidaridad. Es comprensible que la gente que nos rodea, tan golpeada por los problemas de este momento, se sienta más inclinada a buscar otras opciones de vida diferentes de las que se basan en los valores de la sociedad de consumo. Este es el momento de tomar muy en serio lo que significa un estilo de vida que encarna los valores del Reino de Dios a nivel personal y comunitario. Es el momento de demostrar de manera práctica que, como dijera Jesús, «la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes» (Lc 12:15). Es el momento de afirmar y vivir esta verdad, a pesar de la ideología del mercado, en la cual se sustenta el sistema económico neoliberal.

La crisis actual nos convoca a una vida que actualice la acción del Buen Samaritano en favor del hombre que cayó en manos de los ladrones, y que lo haga no sólo en términos de ayuda individual sino también en términos de una misión integral que provea soluciones concretas a las víctimas de la injusticia y la opresión que nos rodean. Para quienes nos consideramos seguidores de Aquel que vino, no «para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45), este es un tiempo de oportunidad para desplegar todo nuestro empeño en la creación de una amplia gama de canales de amor al prójimo: fuentes de trabajo, redes de colaboración mutua, fundaciones, ONGs, mutuales, asociaciones civiles… En el pasado se podía esperar que estuviéramos dispuestos a dar al necesitado un pan y un vaso de agua, en nombre de Cristo. Hoy, en una sociedad tan compleja como la nuestra, se puede esperar que, en ese mismo nombre, demos forma institucional desde las iglesias locales a nuestra fe, que actúa por el amor, y a nuestra esperanza, que se plasma en la lucha por la justicia. Y esto, sin perder de vista ni el valor del individuo ni la dimensión personal del servicio.

Habrá quienes pregunten: ¿dónde queda la evangelización? La respuesta es que la evangelización más genuina es la que se da en el contexto de una vida de servicio. En la revista Time, como en otras revistas similares, hay una sección denominada RELIGIÓN. La idea es que la religión es una sección separada de la vida. Lamentablemente, muchos cristianos hacen de la evangelización lo que esas revistas hacen con la fe cristiana. Como consecuencia, convierten a la evangelización en proselitismo. En tiempos de crisis como el actual cobra sentido la comunicación del evangelio que se basa en un compromiso solidario con «el otro» en todas las dimensiones de su necesidad –el compromiso que provoca preguntas que tienen una sola respuesta: nosotros amamos porque Dios nos amó primero.

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LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD CIVIL

Hay varias maneras de enfocar la relación de la Iglesia con la sociedad civil. Hace muchos años, uno de los teólogos estadounidenses más destacados, Richard Niebuhr escribió un libro sobre este tema, Cristo y la cultura, que logró una amplia circulación en el mundo cristiano y mas allá de él. Según Niebhur, los diversos tipos de la relación mencionada pueden clasificarse en cinco tipos: Cristo contra la cultura, Cristo de la cultura, Cristo por encima de la cultura, Cristo en paradoja con la cultura, Cristo transformador de la cultura.Declaración de la Coalición Religiones, Creencias y Espiritualidades en la 49° Asamblea General de la OEA.   Intervención de Nicolás Panotto.

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