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La resurrección de Cristo y la misión de la iglesia

6 April 2010 1 Comentario

Por Juan Stam

Se ha dicho, con mucha razón, que muchas veces predicamos el evangelio a las personas como si fueran sólo “almas” y no tuvieran cuerpo. Por eso, vale la pena preguntar: ¿Qué significa la resurrección de la carne para la misión y la proclamación de la iglesia hoy?

1) Primero, significa una evangelización afirmativa.
Según 2Cor.1:20, Jesucristo es el y el Amén de Dios. Y en la resurrección de Cristo vemos que la vida no termina con un “no”, ni con signo de interrogación.  Termina con un “sí” enfático, y desde ese sí afirmativo debe nacer nuestra evangelización.  Debemos ser gente positiva porque Cristo resucitó.  Si somos realista, vemos que hay mucho de negativo en el mundo, pero lo negativo nunca debe prevaler ni en nuestra vida ni en nuestra evangelización.  El “amén”, que es el “Sí” de Dios y el “sí” nuestro a Dios, debe expresar toda la realidad de la resurrección en nosotros.

2) Nuestra misión debe realizarse en el poder de la resurrección.
En una oración verdaderamente sorprendente, cargada de superlativos y sinónimos enfáticos, Pablo pide a Dios que nos permita conocer “la incomparable grandeza del poder de Dios a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos…:” (Ef 1.19s),  ¡Qué increíble!  El mismo poder con que Dios resucitó a Cristo, nos ha resucitado de nuestra muerte espiritual (2:1) y opera en nosotros ahora, aunque no lo reconozcamos.  Pablo pide a Dios abrirnos los ojos (1:18) para darnos cuenta de nuestros poderosos recursos en Cristo.  Por eso Pablo afirma que hemos muerto y resucitado con Cristo.

En otra oración Pablo expresa su supremo deseo de “conocerle a El y el poder de su resurrección, siendo partícipe de sus sufrimientos”.(Fil 3:10s), que él describe como “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús” (3.8).  El poder de la resurrección de Cristo no es solamente futuro, que en el día final el poder de Dios nos va a resucitar.  Ese poder opera en nosotros ahora.  Entonces en la fuerza de la resurrección de Cristo llevamos el poder de la vida y de la salvación a otras personas.  No tenemos que confiar en nuestros propios poderes (retórica, medios técnicos, encuestas); el poder de la evangelización tiene que ser el poder que nació en una tumba vacía.

Paradójicamente, como indica Pablo en Fil 3.10, el único camino hacia el poder de la resurrección es la Cruz.  Antes de entrar en ese poder hay que asumir la cruz.  Es dramático el caso de los dos testigos de Apoc. 11: Mientras soplaban fuego y castigaban la tierra con toda clase de plagas (11.5s), no lograban nada sino atormentar a la gente (11.10). Tenían que morir con Cristo, cargar su vituperio (11.7-10), y resucitar con él a novedad de vida y poder (11.11s). Entonces muchos “dieron gloria al Dios del cielo” (13). Aunque Cristo no figura en el relato (sólo se menciona en 11.8 para identificar a Jerusalén), él es de hecho el personaje central.  Si hemos de tener poder en tiempos de tribulación, la pasión de Jesús tiene que “duplicarse” en nuestra propia muerte y resurrección con él.

René Padilla tiene una frase muy impactante en su libro Misión Integral:

La primera condición de una evangelización genuina es la crucifixión del evangelista.  Sin ella el evangelio se convierte en verborragia y la evangelización en proselitismo (p.25).

Lamentablemente, hoy en día muchos esfuerzos de evangelización comienzan con la exaltación y promoción del evangelista. La evangelización no puede basarse en la imagen de glamour o éxito, elocuencia o importancia del evangelista.  De su propia “campaña evangelística” en Corinto, San Pablo dijo que no había ido ni con elocuencia ni sabiduría, sino con debilidad y mucho temor y temblor.  Si Pablo hubiera venido así a alguno de nuestros grandes estadios, lo tendríamos por un fracaso y el año entrante invitamos mejor a Apolos. Pero Pablo se propuso no saber nada sino a Cristo y éste crucificado, y el poder de su resurrección.

Entonces, el poder de la evangelización tiene que ser el poder de la cruz y la resurrección, y sólo eso. Muy difícilmente se va a manifestar el poder de la cruz y resurrección en un esquema personalista y narcisista.

3) Debe ser una evangelización encarnada.  Nuestra Biblia comienza con la creación del cuerpo humano, termina con la resurrección de la carne, y en su centro vital proclama el hecho increíble de que el mismo Creador se hizo carne. Para salvarnos, Dios se manifestó en una vida humana, de carne y hueso como nosotros. La encarnación fue el método supremo de Dios tanto para su propia revelación como para la salvación nuestra (Jn 1:12ss,16):

Y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria como gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad…A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Jn 1.14,18).

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros tiempos nos ha hablado por el Hijo (Gr: “en Hijo”)…habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo…(Heb 1:1-3; cf 1Tm 3:16). Ver también Rm 8:3 y Col 1:21s

El Hijo fue enviado en carne, hecho una vida humana, y de la misma manera él nos envía a nosotros (Jn 20:21). Nuestra evangelización comienza con la presencia manifiesta de Cristo en nosotros, haciendo acto de “residencia” en medio de la comunidad humana y reflejando su gloria, gracia e integridad (Jn 1:14). Evangelizar no es sólo hablar, ni comienza con palabras. Comienza con una vida que encarna el amor y el poder del Crucificado y Resucitado.

4) La resurrección implica también una evangelización humanizadora.
Esto se basa tanto en la encarnación como en la resurrección. Cristo se hizo humano para hacernos más humanos a nosotros. Como hemos visto, el Cristo resucitado era impresionantemente humano en su presencia entre los discípulos. Aun ahora, a la diestra del padre, él sigue siendo el Mediador, “Jesucristo hombre” (1 Tm 2:5). También el evangelio debe hacernos más humanos a nosotros.

Lastimosamente, nuestra evangelización no siempre ha tenido esta característica. A veces una “conversión” puede convertir una persona en un fanático religioso, menos humano de lo que era antes.  Especialmente preocupante es el nivel de prejuicio e intolerancia en algunos círculos cristianos, especialmente fundamentalistas.  Eso, en nombre del evangelio, puede deshumanizarnos más bien. Cabe preguntarnos: Si el evangelio nos hace menos humanos, ¿qué evangelio va a ser?

Don Kenneth Strachan, en su brillante libro El llamado ineludible, sugiere que el fundamental punto de partido para toda evangelización es algo que compartimos con todos los demás: nuestra común humanidad. Cuanto más rica y profunda sea nuestra humanidad en Cristo, más auténtica será nuestra evangelización.

5) La resurrección nos convoca a una evangelización en pro de la vida.
La resurrección es una afirmación de la vida humana y del cuerpo. Por eso la evangelización debe promover la salud integral de la persona, pues la resurrección nos librará al fin de toda dolencia. Esa salud perfecta escatológica se prefiguraba ya en los milagros de sanidad de Jesús, que anticipaban la resurrección del cuerpo. Cada sanación que Jesús hacía era ya una señal de la resurrección del cuerpo, libre para siempre de  enfermedad y muerte. Y la iglesia debe ser un instrumento de sanidad, un vehículo de salud y de Shalom. Si Dios sana por su palabra poderosa en nombre de Cristo, ¡a su nombre gloria! Si Dios sana por una clínica que levanta una iglesia, ¡a su nombre gloria!  Un médico dijo: “Dios es quien sana y nosotros sólo cobramos”. Dios cura por la medicina o por su palabra sanadora, a como sea su voluntad.

En Centroamérica estamos en una lucha entre vida y muerte. Jesucristo es vida y verdad, el diablo es muerte y mentira (Jn 8:44). Dice Julia Esquivel: “Vivo cada día para matar la muerte”. Cristo es “muerte de nuestra muerte y vida de nuestra vida”. Nosotros debemos vivir para darle muerte a la muerte, y vida abundante a todos los que nos rodean.

6) Como mensaje de la resurrección, nuestra misión es esperanzadora.
Los que creemos en la resurrección debemos ser contagiosos de esperanza. La resurrección nos muestra que la escatología cristiana, lejos de ser primordialmente un mensaje de amenaza o terror, es un mensaje profundo de esperanza. La gente que se han encontrado con nosotros no pueden no esperar; el esperar nace naturalmente de la resurrección. La fe en la resurrección será un contagio evangelizador.

¡Que Dios nos de fe y alegría en la resurrección de nuestro Señor, y mucha esperanza!

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Libro recomendado: La porfía de la resurrección de Nancy Bedford. Más información

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