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La muerte de Osama Bin Laden: ¿se ha hecho justicia?

13 May 2011 10 Comentarios

C. René Padilla

La matanza de Osama Bin Laden por disposición del Presidente Barrack  Obama  se ha convertido en el tema más debatido en los últimos tiempos  a nivel global. Tan pronto como el 2 de mayo pasado Obama anunció que el Comando Navy Seals había matado al jefe máximo de Al Qaeda, en los Estados Unidos se desató una efervescencia colectiva comparable a la que los amantes del fútbol en el Brasil o la Argentina celebran ante un triunfo que define a su equipo como campeón mundial después de una larga contienda.

Miles de ciudadanos estadounidenses se volcaron a la Times Square en Nueva York y a la Casa Blanca en Washington D.C. al grito de “¡USA! ¡Lo atrapamos!”. Para esa gente, con la muerte de Bin Laden concluía una etapa de casi diez años de buscar la manera de darle su merecido al autor intelectual del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 —el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono— que dejó un saldo de 3.000 muertos y provocó la “Guerra contra el terrorismo” declarada por el Presidente George W. Bush. Para los celebrantes de la muerte de Bin Laden, y probablemente para muchos otros, no cabe la menor duda que, como afirmó Obama en su discurso del 2 de mayo, “se ha hecho justicia”.

Tal interpretación de la justicia, sin embargo, es inadmisible desde varios puntos de vista. Para empezar, la muerte de Osama no fue en cumplimiento de una sentencia emitida por un tribunal de justicia al final de un proceso judicial: fue un asesinato político en venganza por sus crímenes. El Presidente de los Estados Unidos es abogado y conoce la ley; sabe, por lo tanto, que el requisito mínimo para aplicar la pena capital es que el criminal sea juzgado formalmente por una corte y sentenciado a muerte oficialmente. Así procedieron los países aliados al final de la II Guerra Mundial en relación con veinticuatro criminales de guerra nazis cautivos. Aunque hubieran podido ejecutarlos sin mayor dilación, optaron por enjuiciarlos y demostrar así su respeto por la ley. En su discurso de iniciación del Juicio de Nueremberg, el juez Robert Jackson, fiscal jefe del Tribunal, dijo:

El privilegio de abrir el primer juicio en la historia por crímenes cometidos contra la paz del mundo impone una seria responsabilidad. Los delitos que tratamos de condenar y castigar han sido tan calculados, tan malévolos y tan devastadores que no permiten ser olvidados porque no es posible que se repitan. Que cuatro grandes naciones victoriosas y heridas se abstengan de vengarse y voluntariamente sometan a sus enemigos cautivos al juicio de la ley es uno de los tributos más significativos que el Poder ha rendido a la Razón.

Como resultado del Juicio de Nueremberg, todos los criminales fueron castigados, once de ellos condenados a muerte y tres a prisión perpetua. Es obvio que en el caso de Osama Bin Laden no hubo la menor intención de capturarlo para juzgarlo y hacer justicia: la consigna del Comando Navy Seals era matarlo, y se cumplió. No se hizo justicia, se ejecutó venganza. No triunfó la Razón sino el Poder.

Y el triunfo del Poder sobre la Razón no augura la eliminación del terrorismo en el mundo. Por el contrario, incrementa el odio y la violencia. Prueba de ello son las renovadas amenazas de Al Qaeda, de vengar la muerte de su líder. Osama ha muerto, pero Al Qaeda continúa con su odio exacerbado por el reciente asesinato cometido en nombre de la justicia.

En noviembre de 2001, un grupo de personas, entre ellas varios familiares de víctimas del atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas, realizaron una caminata desde Nueva York a Washington D. C, portando una pancarta que decía: “Nuestro dolor no es un Grito de Guerra”. Al finalizar formaron un grupo denominado “Familias para un Mañana Pacífico” para expresar su convicción de que la seguridad que todos anhelamos no se basa en la violencia y la venganza. Quienes nos confesamos seguidores de Jesús de Nazaret, el Príncipe de Paz, no podemos menos que estar de acuerdo con esa convicción, dispuestos a renunciar a toda forma de violencia y a tomar en serio nuestra vocación de trabajar por la paz mediante la práctica de la justicia.

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