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Teología Evangélica

6 August 2012 4 Comentarios

Por Juan Stam

En un reciente artículo, Juan Stam muestra la ubicacióna de la teología vangélica contemporanea, incluyendo la de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, en el contexto de la historia de la teología a partir de la Reforma Protestante del siglo XVI hasta nuestros días. En su breve repaso de la teología a lo largo de cinco siglos, aclara el sentido de los apelativos “fundamentalista”, “evangélico” y “liberal” desde su origen histórico en los siglos XVI-XIX. Afirma que la teologia fundamentalista es una reencarnación de la ortodoxia protestante escolástica del siglo XVII, la teología evangélica tiene sus orígenes e inspiración en la Reforma evangélica del siglo XVI, y la teología liberal surge del intento de Schleiermacher de responder al escepticismo racionalista moderno en los mismos términos de los defensores de ese escepticismo. Lo que sigue extrae del artículo completo los párrafos relativos a la posición teológica evangélica.*

Conviene aclarar desde un principio lo que no significa el adjetivo “evangélico”.  No significa fundamentalista, con un dogmatismo rígido y acrítico. Tampoco significa derechista, cerrado, reaccionario, sin conciencia social. No significa legalista o moralista, aunque lucha por forjar una ética personal y social fiel al evangelio y las escrituras. Tampoco significa simplemente “protestante”, como en muchas partes de América Latina, ni menos debe confundirse con los “conservative evangelicals” de los Estados Unidos.  En su sentido verdadero, “evangélico” es un término bellísimo, basado en las buenas nuevas de la gracia de Dios en Cristo, un adjetivo cuyo sentido tenemos que recuperar y proteger.

Este adjetivo aparece por primera vez en 1531, cuando William Tyndale escribió: “los exhortó a continuar en la verdad evangélica”, y el año siguiente Tomás Moro habló de “Tyndale y su hermano evangélico Barns”. Martín Lutero hablaba de la “evangelische Kirche”, a diferencia de la Iglesia Católica Romana, y afirmaba la centralidad inviolable de la justificación por la fe, lo que le ganó el epíteto de “evangélico”. Después siguieron diversos movimientos y hasta denominaciones eclesiásticas que se llamaban evangélicos, que no estaban de acuerdo ni con los ortodoxos ni con los liberales. En esta corriente figuraban grandes predicadores (Charles Simeon, Charles Spurgeon) e importantes pensadores, especialmente en las ciencias bíblicas de la época (Thomas Chalmers, A. B. Bruce, E Schürer, Adolf Schlatter, Karl Heim, H. Wheeler Robinson, H.R. Mackintosh y muchos más). Hicieron valiosos aportes a las ciencias bíblicas y a la iglesia.

De estos movimientos evangélicos el más importante fue el wesleyano. De 1830 en adelante la prédica de Charles G. Finney comenzó a ser levadura de transformación en la iglesia y en la nación del norte. En esas décadas, mucho antes del nacimiento del fundamentalismo, los evangélicos (que así se llamaban) ejercieron un liderazgo valiente y decisivo para la emancipación de los y las esclavos y para el sufragio de la mujer. En esas luchas fue importante la recién fundada Universidad Oberlin (Oberlin College), de la que Finney fue Rector. En realidad, este “proto-evangelicalismo”, antes de las controversias en torno al modernismo, practicaba la misión integral de la que hablamos mucho los evangélicos de hoy.

Realizadas las metas sociales del movimiento, se debilitó mucho casi hasta desaparecer. En las décadas después de la guerra civil estadounidense crecía la teología liberal y aparecieron nuevos desafíos, especialmente los debates sobre la evolución y sobre la “alta crítica” de los textos bíblicos. Un sector amplio de la iglesia respondió muy a la defensiva, al estilo de la ortodoxia del sigo XVII, y comenzó la guerra teológica entre los fundamentalistas y los modernistas (o “liberales”).

A mediados de la década de los 40, un grupo de cristianos básicamente conservadores, reunidos alrededor del Seminario Fuller y la figura de Billy Graham, rompió con los fundamentalistas y rechazó ese título. Abogaron por una teología más centrada y abierta, una ética no legalista sino fundamentada en convicciones personales maduras, y una nueva preocupación social. No definían su fe por los dogmas de la ortodoxia y el fundamentalismo sino, como su nombre indica, se basaban en los hechos salvíficos que son las buenas nuevas para la humanidad. Se esforzaron escrupulosamente en ser objetivos y justos con otros teólogos en vez de traficar en caricaturas. Era claramente un fenómeno nuevo en el escenario teológico.

En 1947 Harold Ockenga, entonces presidente del Seminario Fuller, acuñó el término de “neo-evangelicalismo” para identificar este nuevo movimiento. Sin embargo, este título no se impuso y dentro de una década, más o menos, por razones no muy claras, fue sustituido por “evangélicos conservadores”. El nuevo apellido correspondía a una clara derechización del movimiento, en estrecha alianza con el Partido Republicano, y una cierta vuelta hacia el viejo fundamentalismo. Así en una medida significativa los “conservative evangelicals”, que ya eran numerosos y poderosos, eran de hecho “neo-fundamentalistas”, más sofisticados y cultos pero bastante parecidos en teología y política.

Frente a ese retroceso surgieron “los evangélicos radicales” (progresistas) que buscaban recuperar el impuso original del movimiento y llevarlo más adelante. Estos ampliaron considerablemente la libertad del pensamiento, dentro de los parámetros de “las sagradas escrituras y la sana razón” de Lutero o el cuadrilátero de Juan Wesley. Por otra parte, estos evangélicos, en sus publicaciones, congresos y praxis, han promovido un radical compromiso social. En su lucha incesante por la justicia, este movimiento representa una especie de “izquierda evangélica”.

Como el nombre indica, la teología evangélica es la teología de las buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección corpórea de Jesucristo. Como tal, la teología evangélica no se fundamenta en conceptos generales de religión ni en el sentimiento piadoso nuestro sino en la acción histórica de Dios para nuestra salvación, conocida también como el kerigma. Esas buenas nuevas son el evangelio de Dios (Rom 1:1; 1Ts 2:9) y de Jesucristo (Mr 1:1; Rom 1:9; de la gloria de Cristo, 2Cor 4:4), el evangelio de la gracia de Dios (Hch 20:24), el evangelio de la salvación (Rom 1:16; cf Ef 1.13) el evangelio del reino (Mt 9.35; cf. Hch 28:31) y “buenas nuevas a los pobres” (Mat 11:5; Lc 4:18). En su conjunto, estas frases descriptivas resumen mucho de lo que es la teología evangélica. Es una teología desde la fe, en busca de inteligencia y eficacia.

Los evangélicos damos mucha prioridad a la normatividad de las escrituras y por eso a la cuidadosa exégesis bíblica, incluso con el empleo de los métodos críticos de la moderna ciencia bíblica. Tampoco insistimos en la interpretación literal de los primeros capítulos de Génesis. El libro de Bernard Ramm sobre la Biblia y la Ciencia abrió el camino hacia nuevos enfoques del tema de la creación, de modo que la polémica anti-evolucionista no pertenece a la agenda evangélica. De igual manera han liberado la exégesis del Apocalipsis del literalismo a priori que distorsionaba su interpretación. En vez de rechazar a priori toda autoridad, los evangélicos persiguen la meta de “autoridad (las escrituras) sin autoritarismo, tradición (la historia) sin tradicionalismo, y dogma (la teología) sin dogmatismo”.

A diferencia de los ortodoxos del siglo XVII y los fundamentalistas del siglo XX, los evangélicos radicales buscan enseñar “todo el consejo de Dios”, no sólo una agenda polémica reduccionista. Buscan también ser radicalmente autocrítica, para cuestionar su propia tradición, y radicalmente honestos para aprender de otras tradiciones y movimientos (p.ej. de Karl Barth). Buscan también ser radicalmente comprometido con América Latina hoy, en la lucha por la justicia y la paz. Mantiene su identificación con los sectores evangélicos y pentecostales de la iglesia latinoamericana, esperando en Dios transformarla día a día en una iglesia más fiel a la Palabra.

Dos movimientos más recientes han enriquecido nuestro debate teológico. La teología de la liberación, en cuanto teología autóctona latinoamericana, ha sido en gran medida compatible con la teología evangélica radical. Muchos de ellos han hecho valiosos aportes bíblicos, pero otros han incorporado elementos de la teología liberal europea y norteamericana. Por otra parte, en recientes décadas la Fraternidad Teológica Latinoamericana ha logrado, y está logrando, renovar el protestantismo latinoamericana con una dinámica nunca vista antes. Los cinco Congresos Latinoamericano de Evangelización (CLADE), las publicaciones y diversos ministerios de la Fundación Kairós (como por ejemplo el Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinarios, CETI) de Buenos Aires nos han vigorizado y nos han hecho madurar. Es un ejemplo inspirador de lo que se puede lograr, desde la Palabra de Dios, dentro de la gran comunidad evangélico-pentecostal.

José Miguez Bonino, con palabras profundamente conmovedoras, se describió como evangélico y fue miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. “Pero si se trata de definirme en mi fuero interior, lo que me sale de adentro es que soy evangélico. En ese suelo parecen haberse ido hundiendo a lo largo de más de setenta años las raíces de mi vida religiosa y de mi militancia eclesiástica. De esa fuente parecen haber brotado las alegrías y los conflictos, las satisfacciones y las frustraciones que se han ido tejiendo a lo largo del tiempo. Allí brotaron las amistades más profundas y allí se gestaron distanciamientos dolorosos… Si en verdad soy evangélico o no, tampoco me corresponde a mí decirlo. Ni me preocupa que otros lo afirmen o nieguen. Lo que en verdad soy corresponde a la gracia de Dios” (Rostros del protestantismo latinoamericano, BsAs/Grand Rapids 1995, pp. 5-6).

*Para leer el artículo completo entre a www.juanstam.com o escríbale al autor juanstam@gmail.com

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